Ha llegado el momento de tirar línea y analizar lo que ha dado de sí una vendimia que se ha caracterizado por la tranquilidad, el acierto en las previsiones y la prudencia; casi de manera obsesiva, como si se quisiera demostrar que el descontrol y todo lo sucedido el año pasado no fuera más que una mancha en una impoluta hoja de servicio de un sector responsable y buen conocedor de sus fortalezas y debilidades.
Hablar de cuarenta y uno o cuarenta y tres millones de hectolitros, es una horquilla más que aceptable, pues no solo en ella se encuentran todas las previsiones que se han realizado, publicadas o no, sino que supone una producción que cuestiona a aquellos que ante la grandilocuencia de la pasada campaña, situaban nuestra cosecha “normal” por encima de los cincuenta millones de hectolitros. Cuestión que poco tiene que ver con el potencial de producción de nuestro país, pero ese es otro tema del que tendremos ocasión de hablar.
Aunque, si importancia tiene lo sucedido con el volumen, no es menos relevante todo lo relacionado con la calidad con la que han llegado las uvas a las bodegas: sanas, con buena maduración y excelentes expectativas de convertirse en vinos merecedores de las más altas calificaciones y puntuaciones.
Quizá el punto negro de todo esto lo debamos buscar en los precios, unas cotizaciones que han tomado la prudencia como máxima y convertido la cosecha en una mala campaña para los viticultores, que han tenido que entregar sus uvas a precios inferiores a los de la campaña pasada. Lo que unido a su menor producción les ha supuesto un quebranto de gran importancia. No podemos olvidarnos que estos precios no cubren, en muchos casos, los costes de producción.
Y debemos justificarlo en la necesidad de encontrarle acomodo en el mercado exterior a la cosecha, ya que el consumo en nuestro país apenas supera los nueve millones de hectolitros. Haciendo necesario exportar cada año en el entorno a los veintitrés millones si no queremos aumentar unas existencias que ya de por sí son preocupantes. Tampoco podemos olvidar los efectos que sobre los precios tuvieron los acuerdos adoptados por el sector y el Gobierno por los que se comprometían a retirar del mercado en torno a cuatro millones de hectolitros sin ayudas. Medida que se pudo evitar solo gracias a la venta masiva y a precios tan incomprensibles como los veintinueve céntimos de euro al que se exportaron en agosto los vinos blancos a granel sin indicación geográfica o los treinta y cuatro de los tintos. Demostrando, una vez más, que exportar “es fácil” si “nos bajamos los pantalones” y estamos dispuestos a hacerlo a cualquier precio. Casi tan difícil como conseguir valorizar nuestros vinos manteniendo cuota de mercado.
Cuestión nada baladí si tenemos en cuenta que los precios de las uvas de una vendimia no se determinan ni en función de su calidad, ni de su cantidad, y sí de la cotización que en esos momentos tengan los vinos. Como las cotizaciones de los vinos fluctúan, a partir de abril, más atendiendo a las expectativas de cosecha que al propio mercado.
En el siguiente enlace www.sevi.net encontrarán un pormenorizado informe de lo que han sido las vendimias a nivel mundial, confío en que les resulte interesante.