La AICA lo tiene bastante claro

Dejando a un lado el personalismo que parecen encontrar algunos medios periodísticos en el importante problema al que se enfrenta el sector, al tener que pagar en un plazo máximo de treinta días la uva destinada a la vinificación; y que afecta a todos por igual y tiene su principal escollo en la calificación de la uva de vinificación como producto perecedero. Parece conveniente aclarar que la Agencia de Información y Control Alimentario (AICA), organismo competente en la aplicación de la Ley de la Cadena Alimentaria, mantiene el criterio de que se trata de un producto fresco de acuerdo con la definición legislativa y que, por consiguiente, le es de aplicación el pago a 30 días.

Considerando que se han recibido distintas comunicaciones sobre posibles incumplimientos por parte de algunas Comunidades Autónomas y organizaciones agrarias como COAG o Asaja, se ha procedido a la apertura de algunos procedimientos de diligencias previas para analizar los indicios, que en el caso de ser calificados de razonables, tendrán como consecuencia que el sector del vino pasaría a incluirse en el plan de control de inspecciones de oficio. Amén, claro está, de aquellos casos concretos que se denunciaran ante la Agencia por el incumplimiento de la Ley.

Sea como fuere que acabe este asunto, lo bien cierto es que la forma de proceder que tradicionalmente tenía el sector se va a ver modificada sustancialmente. Pues si bien no se puede aseverar, y mucho menos generalizar, que las bodegas en España dilataran el plazo de pago de la uva más allá de los 60 días que marcaba el marco jurídico anterior, sí se puede afirmar, con cierta rotundidad, que eran muy pocas las que lo hacían en ese plazo de treinta días que impuso la Ley 15/2010 y la Ley 12/2013 que entró en vigor el 3 de enero de este año, por la que se incluyó entre las infracciones graves el incumplimiento de estos plazos, con sanciones que van desde los 6.000 a los 30.000 euros.

Muy posiblemente, y a pesar de los recursos presentados por la D.O.Ca. Rioja y las conversaciones mantenidas por la FEV con la Ministra, parece poco probable que esta interpretación que se hace de la Ley en la AICA vaya a cambiar, y sus plazos modificarse.

El que no parece esperar es el consumo en los hogares, cuyos últimos datos publicados y referidos al mes de agosto, señalan una nueva caída en todas las categorías del 7,12% en volumen y 7,11% en valor, situando su precio medio en 1,89€/litro. En datos interanuales, solo los vinos con Indicación Geográfica Protegida o D.O.P. mantienen el tipo a duras penas, y aumentan su consumo un 1,19%, dejando el consumo per cápita para el conjunto de las categorías por debajo de los diez litros (9,89) por segundo mes consecutivo. Y para este problema, que a mi juicio es mucho más importante que si pagan a treinta o sesenta días la uva, nadie parece tener ideas. Ni tan siquiera una Interprofesional que avanza tan lentamente en su proceso constitutivo que confiemos no sea el preámbulo de sus iniciativas.

Informe de Vendimias

Ha llegado el momento de tirar línea y analizar lo que ha dado de sí una vendimia que se ha caracterizado por la tranquilidad, el acierto en las previsiones y la prudencia; casi de manera obsesiva, como si se quisiera demostrar que el descontrol y todo lo sucedido el año pasado no fuera más que una mancha en una impoluta hoja de servicio de un sector responsable y buen conocedor de sus fortalezas y debilidades.

Hablar de cuarenta y uno o cuarenta y tres millones de hectolitros, es una horquilla más que aceptable, pues no solo en ella se encuentran todas las previsiones que se han realizado, publicadas o no, sino que supone una producción que cuestiona a aquellos que ante la grandilocuencia de la pasada campaña, situaban nuestra cosecha “normal” por encima de los cincuenta millones de hectolitros. Cuestión que poco tiene que ver con el potencial de producción de nuestro país, pero ese es otro tema del que tendremos ocasión de hablar.

Aunque, si importancia tiene lo sucedido con el volumen, no es menos relevante todo lo relacionado con la calidad con la que han llegado las uvas a las bodegas: sanas, con buena maduración y excelentes expectativas de convertirse en vinos merecedores de las más altas calificaciones y puntuaciones.

Quizá el punto negro de todo esto lo debamos buscar en los precios, unas cotizaciones que han tomado la prudencia como máxima y convertido la cosecha en una mala campaña para los viticultores, que han tenido que entregar sus uvas a precios inferiores a los de la campaña pasada. Lo que unido a su menor producción les ha supuesto un quebranto de gran importancia. No podemos olvidarnos que estos precios no cubren, en muchos casos, los costes de producción.

Y debemos justificarlo en la necesidad de encontrarle acomodo en el mercado exterior a la cosecha, ya que el consumo en nuestro país apenas supera los nueve millones de hectolitros. Haciendo necesario exportar cada año en el entorno a los veintitrés millones si no queremos aumentar unas existencias que ya de por sí son preocupantes. Tampoco podemos olvidar los efectos que sobre los precios tuvieron los acuerdos adoptados por el sector y el Gobierno por los que se comprometían a retirar del mercado en torno a cuatro millones de hectolitros sin ayudas. Medida que se pudo evitar solo gracias a la venta masiva y a precios tan incomprensibles como los veintinueve céntimos de euro al que se exportaron en agosto los vinos blancos a granel sin indicación geográfica o los treinta y cuatro de los tintos. Demostrando, una vez más, que exportar “es fácil” si “nos bajamos los pantalones” y estamos dispuestos a hacerlo a cualquier precio. Casi tan difícil como conseguir valorizar nuestros vinos manteniendo cuota de mercado.

Cuestión nada baladí si tenemos en cuenta que los precios de las uvas de una vendimia no se determinan ni en función de su calidad, ni de su cantidad, y sí de la cotización que en esos momentos tengan los vinos. Como las cotizaciones de los vinos fluctúan, a partir de abril, más atendiendo a las expectativas de cosecha que al propio mercado.

En el siguiente enlace www.sevi.net encontrarán un pormenorizado informe de lo que han sido las vendimias a nivel mundial, confío en que les resulte interesante.

Hay que ser pacientes

Vender, vender y vender. Estas son las tres principales preocupaciones de nuestro sector y en las que venimos centrando todos nuestros esfuerzos desde hace años con resultados que podríamos calificar de poco gratificantes (si queremos ser benévolos) y decepcionantes si consideramos lo sucedido con la colocación de nuestra producción.

Hemos invertido grandes cantidades de dinero en dotar a nuestras bodegas de la última tecnología, incluso profesionalizando su elaboración hasta el punto de conseguir que prácticamente todas ellas tengan un enólogo de manera permanente al frente. Hemos transformado nuestro viñedo hacia variedades más afamadas, aunque en algunos momentos nos hayamos olvidado de lo que nos ha sido propio en cada zona; mejorado nuestras técnicas de cultivo, haciendo posibles rendimientos que no nos hubiésemos atrevido a soñar hace apenas uno o dos lustros. Pero nos hemos olvidado, o no hemos sabido hacerlo, de que había que salir a vender a un mercado cuyos consumidores y distribución han cambiado a más velocidad todavía que el propio sector. Invirtiendo poco en marketing y utilizando, en muchos casos, lenguajes incomprensibles por un consumidor que busca cosas muy diferentes en un vino a las que buscaban sus padres y abuelos.

¿Qué sucede cuando los intentos por valorizar nuestros productos y aumentar nuestras ventas no tienen resultados y hay que vender para conseguir efectivo con el que seguir con la actividad? ¿Se lo imaginan, verdad? Se recurre a la única alternativa posible: bajar los precios. Lo hicieron nuestras bodegas en los últimos meses de la pasada campaña, para eludir tener que asumir el coste de la entrega a una destilación sin retribución. Primero con precios tan incomprensibles como los treinta y un céntimos de euro el litro a los que se exportaron en agosto novecientos mil hectolitros de vino sin indicación geográfica o varietal a granel. Y luego con campañas en cadenas de distribución de implantación nacional con precios que muchas bodegas califican de “a pérdidas”.

La cuestión está en saber si son las cadenas las que lo están haciendo por debajo del precio de adquisición, o son las propias bodegas las que, acuciadas por cuestiones como tener que pagar la uva en un plazo máximo de treinta días, y ante la imposibilidad de acceder a líneas crediticias, se ven obligadas a vender sus vinos a cualquier precio con tal de cobrar en efectivo.

Sea como fuere, lo que está bastante claro es que nos en enfrentamos a un grave problema que deberemos solucionar de una forma conjunta. En el que no valen acciones individuales, ni son posibles resultados inmediatos. Son cuestiones que no son nuevas, de las que llevamos muchos años siendo conscientes y sabemos cuál es el único camino posible para superarlas. Y aunque en los últimos tiempos se han producido grandes avances en esta línea y es posible albergar la esperanza de que se vayan haciendo cosas, los resultados tardarán en llegar. Y mientras llegan, tenemos que ser conscientes de que hay que ir haciendo frente al día a día, por lo que no nos deberíamos sorprender al encontrarnos con situaciones como las descritas anteriormente. Lo que hay que tener presente es que tenemos un objetivo perfectamente definido, un plan pormenorizado establecido y una apuesta decidida por llevarlo a cabo; lo demás son los costes colaterales que deberemos ir sorteando como mejor podamos conforme se vayan presentado.

Tenemos calidad y volumen para poder hacerlo. Contamos con ayudas de la UE, que nos facilitan su ejecución. Elementos paralelos como el turismo, la gastronomía, o la imagen de país; que nos dan ventaja. Y lo que todavía es más importante: no tenemos más alternativa, hay que adaptarnos a los consumidores manteniendo nuestras señas de identidad y llegar a ellos con los medios y lenguajes acordes a los tiempos.

Un gran reto por delante

Las previsiones macroeconómicas formuladas por todos los organismos internacionales para el último trimestre de este año y todo 2015 ponen a España a la cabeza de la economía europea, señalándolo como el país que más crecerá y como la nación que deberá tirar de una Unión Europea, que muestra síntomas de debilidad con graves riesgos de recaída en una tercera etapa de crecimiento negativo. A pesar de ello, nuestra economía, y especialmente el sector vitivinícola, pueden verse afectados muy negativamente por esta situación, si no sabemos hacer bien las cosas.

La exportación y el turismo, más bien en orden inverso al que se han citado, son los dos grandes pilares sobre los que estamos recuperándonos. Contar con un mercado con la suficiente capacidad económica para adquirir nuestros productos, tener clientes que dispongan de dinero para comprar nuestros vinos, no es un deseo sino una imperiosa necesidad, si queremos seguir creciendo.

Elaborar más o menos. Hacerlo a un precio u otro. Y vender a precios más bajos o menos que nuestros competidores. Son todo cuestiones transcendentales para aspirar a tener éxito; pero no suficientes. Sabemos, porque así lo ponen de manifiesto todos los estudios de mercado que se han elaborado, que el vino español está muy bien considerado por su nivel de calidad, pero el precio que se está dispuesto a pagar por él está muy lejos del que perciben nuestros socios-competidores italianos o franceses. Contar con unos clientes que mantengan su renta disponible con la que poder seguir acercándose al mundo del vino es muy importante para todos, pero especialmente para un país como el nuestro, que exporta casi dos veces y media lo que consume dentro de sus fronteras.

Claro que también lo podríamos ver como una excelente oportunidad. Si seleccionan más lo que compran, es posible que consigamos hacerles entender que nuestra calidad puede competir sin ningún complejo con esos vinos que tradicionalmente han comprado. Y si nosotros hacemos un esfuerzo por mejorar nuestra presencia con campañas genéricas, presentaciones, mayor presencia en las grandes cadenas de distribución y tiendas especializadas,… podemos hacer que lo que puede suponer una amenaza para lo que es nuestra tabla de salvación (la exportación), nos fortalezca y consigamos mantener cuotas de mercado y aumentar precios.

Evolución perfecta de la vendimia

Aunque todavía hoy las vendimias en algunas regiones de gran peso en la vitivinicultura española no han comenzado, o lo están haciendo de forma tímida; se podría decir que un alto, altísimo, porcentaje de la producción española ya se encuentra fermentando en los depósitos.

Es pronto para sacar conclusiones, pero con un escaso margen de error podríamos afirmar que la cosecha ha evolucionado de una forma casi perfecta. Los problemas naturales de la lluvia o el granizo, las bajas o elevadas temperaturas, o la lucha contra la aparición de posibles enfermedades han evolucionado dentro de una normalidad sorprendente.

La cantidad, aunque todavía muy provisional, es prácticamente coincidente en todos los pronósticos, sea cual sea la fuente y sean cuales sean los intereses que defienden. La valoración cualitativa de la uva y los mostos, también, como las expectativas que de los próximos vinos manejan.

Incluso los precios de las uvas, más bajos que los del año pasado en muchos lugares, y que a duras penas han alcanzado las cotizaciones del año pasado en las regiones más privilegiadas, han permanecido más o menos estables a lo largo de la vendimia.

Los comentarios que en estos momentos se escuchan con más insistencia y solvencia hacen alusión a una campaña tranquila con precios de los vinos al alza. Una cosecha equilibrada, un mercado de exportación claramente recuperado y unos precios en producción altamente competitivos. Todo ello augura unos meses de tranquilidad en el comercio, con operaciones sostenidas y cotizaciones al alza. O eso, al menos, es lo que se escucha en boca de reputados operadores.

Información completa www.sevi.net

 

 

Con un gran futuro por delante

El pasado 23 de septiembre se reunía, por primera vez, la Organización Interprofesional del Vino en España (OIVE), al objeto de fijar sus objetivos prioritarios y definir el funcionamiento interno de la organización.

Con respecto a sus objetivos, resultan tan concretos como ambiciosos ya que si bien podrían resumirse en dos: recuperar el consumo interno del vino y mejorar la organización y coordinación del sector; cualquiera que conozca medianamente este sector sabe que son tanto como querer darle la vuelta a todo lo que, hasta ahora, ha sido.

La falta de coordinación entre los distintos productores, los industriales y la distribución es tal que parece que lo que es bueno para unos tiene que ser, obligatoriamente, a costa de los otros. Que no hay posibilidad de establecer una organización sectorial que permita fijar objetivos comunes y acciones conjuntas que aprovechen las sinergias de cada parte.

Con la creación de la OIVE se inicia una etapa llena de esperanzas y buenos deseos que confiemos tenga mejor desarrollo del que han tenido hasta ahora los anteriores intentos que a nivel regional ha habido.

Comenzar por asumir que tradición no es sinónimo de calidad, ni de valoración de un producto o una zona de producción; podría ser un buen inicio para entender que hay que cambiar, adaptarse a un mercado y unos consumidores que son muy diferentes a los de hace tan solo unas décadas y que hablan un lenguaje distinto.

Utilizamos el término tradición como si con él quisiéramos justificar lo que hacemos. Y en la mayoría de los casos, lo único que estamos queriendo argumentar es por qué no hacemos nada por cambiar las cosas. Nos mantenemos inmóviles ante pérdidas de consumo que han dejado al vino como una bebida residual, reservada a ocasiones especiales, sacándola de nuestra cotidianidad. Intentamos justificar que los que deben cambiar son los consumidores, que ellos son los que se han alejado de forma temeraria de una bebida que forma parte de su acervo cultural. Pero olvidamos que la cultura de un pueblo se escribe con su comportamiento colectivo y no se le puede imponer.

Recuperar el consumo interno mediante campañas de promoción del vino. Qué bonito suena, pero qué poco dice.

Consumimos menos de nueve millones de hectolitros en España, tenemos que exportar a un precio que apenas supera el euro por litro más de veinticuatro millones de hectolitros para eludir medidas de intervención en el mercado tan dolorosas como la destilación obligatoria que el sector tuvo que acordar con el Magrama ante los momentos tan difíciles que atravesaba con precios en picado; y en la que solo la incapacidad financiera del Ministerio le obligó a mantenerse firme en su propósito de que fuera el propio sector el que se autorregulara.

Recuperar el consumo interno más que un objetivo, parece una necesidad para la supervivencia. Pero una necesidad que no es nueva, que llevamos sufriendo muchos lustros y de la que llevamos viendo venir sus consecuencias desde hace más tiempo todavía. Y hemos sido incapaces de hacer nada cuando había recursos y apoyos institucionales para hacerlo.

Ahora tenemos una nueva herramienta para intentar sacar adelante esta tarea. ¿Tendremos suficiente paciencia para mantenernos firmes en el objetivo y el camino que nos marquemos? ¿Habrá suficientes recursos para hacer frente al coste que suponga? ¿Los personalismos darán paso al sentimiento de colectividad y bien común?

Por nuestro propio bien, espero que sí. Quiero pensar que hemos tocado fondo, que no podemos caer más abajo y que a partir de aquí solo queda mejorar. Dejémosles trabajar y mantengamos una crítica constructiva. Es lo que se nos exige a los demás.