Los datos indican que ni con calidad, ni sin ella, nuestros vinos son valorados por los mercados exteriores. Que solo el precio parece ser un factor determinante a la hora de adquirirlos. Aseveración que podría llevarnos a considerar que todo vale, pues no hay quién esté dispuesto a pagar esa diferenciación. Apreciación alejada completamente de la realidad y que podría ocasionarnos importantes problemas si caemos en la tentación de creérnoslo.
Los datos de nuestras exportaciones son el único mercado en los que conocemos volúmenes y valores, ya que las estadísticas del consumo interno además de ser malas (por incompletas) resultan en algunas ocasiones inconexas e imposibles de contrastar. Un buen ejemplo lo tenemos en esta misma edición con los datos publicados por Nielsen en su informe mensual Market Trends España, cuya información referida al vino está muy lejos de los datos publicados mensualmente por el Magrama en su panel de consumo alimentario.
Pues a pesar de estos datos, sabemos que no es verdad. Puesto que la realidad es que la calidad ya hace mucho tiempo que en exportación y en mercado interior, ha dejado de ser un factor diferenciador para pasar a convertirse en un requisito de mínimos.
Y eso, en momentos como este en los que afrontamos una cosecha inferior a la del pasado año y a unos precios también más bajos, convendría tenerlo muy presente y no caer en la tentación de pensar que todo vale.
Las campañas empiezan y acaban, pero los mercados permanecen. Labrarse una imagen y valorizar los vinos no es cuestión de una campaña sino de muchas cosechas en las que ofrecer una calidad constante que nos permita granjearnos la confianza del consumidor.
Cualquier medida que vaya encaminada a mejorar el conocimiento y consumo de nuestros vinos es siempre bien recibida. Aunque esa ayuda solo pueda ir destinada a hacerlo en terceros países y no dentro de la Unión Europea; como es el caso de los programas de apoyo al sector en las inversiones de los programas de información y promoción. Si estas medidas se vuelven un poco más flexibles en su ejecución, reduciendo del 75% al 50% el grado mínimo de cumplimiento para no ejecutar el aval, pues mejor que mejor. Especialmente dado el alto número de planes que, ante la incapacidad de generar los recursos necesarios por parte de las bodegas con los que llevarlos a cabo en su integridad, han visto esfumarse los avales o garantías depositados.