Aunque son muchos ya los pueblos españoles que han comenzado las tareas de vendimia, hablar de generalización quizá sea un tanto exagerado. No obstante, ya es posible comenzar a sacar algunas conclusiones sobre lo que puede acabar siendo la vendimia 2014/15, marcada por la vuelta a la normalidad de la cantidad y la calidad.
Todo eso suponiendo que alguien pueda definir “normalidad” con algún criterio objetivo y exento de la natural intencionalidad de la defensa de los intereses de quien formule esa definición. Sobre todo considerando el profundo cambio que ha experimentado (que está todavía hoy viviendo) el viñedo en nuestro país, y el sorprendente aumento de la productividad a la que parece nos abocará.
Pero si difícil resulta concretar el término en cuestiones cuantitativas, no les voy a contar lo que puede acabar siendo en las referidas a aspectos cualitativos, mucho más subjetivos y que abarcan un abanico inmenso de posibilidades.
Porque esas posibilidades, esos productos que es posible elaborar partiendo de la uva y que van mucho más allá del mosto o el vino; es otra de las cuestiones que más pronto que tarde tendrá que comenzar a plantearse la Interprofesional del sector vitivinícola español. Ya que coincidirán conmigo en que no es lo mismo cultivar un viñedo cuya producción va destinada a la uva de mesa, que a la vinificación. Pero que tampoco es lo mismo destinar la uva a mosto que a vino. Como no es lo mismo un viñedo para producir un vino para destilar, que uno para colmar las exigencias de los más exquisitos consumidores. Ni las variedades son las mismas, ni los sistemas de cultivo, ni los rendimientos, ni la vinificación, ni nada de nada. Por lo tanto, cuidado cuando hablemos de “normalidad”, porque esta es muy distinta según el destino de la producción.
¿Cuarenta y dos millones de hectolitros son muchos? Pues ni mucho, ni poco. Porque atendiendo al consumo de nuestro mercado interno es cuatro veces lo que necesitamos, y considerando nuestro mercado exterior, un poco menos del doble. Así es que será mucho o poco en función de la capacidad que tengamos de mantener nuestras exportaciones y recuperar nuestro consumo, pero sobre todo, de las necesidades que tengan nuestros principales compradores: Francia, Alemania, Portugal, Reino Unido o Italia, por citar los cinco primeros clientes de nuestro vino y que representan dos tercios de nuestras exportaciones; entre los que se encuentran los principales productores mundiales y cuyo destino no parece que sea el consumo de sus habitantes, sino más bien la reexpedición a otros destinos con sus marcas propias.
Durante la pasada campaña hemos tenido ocasión de reiterarnos en lo que ya sabíamos. Que el mercado exterior es muy rígido y que solo reacciona ante un cambio sustancial de los precios. Que está muy saturado y que para poder vender hay que quitar a alguien antes. Que la calidad es importante, pero que cuando se baja el precio parece no importar tanto. Que somos capaces de elaborar los mejores vinos, pero también de hacer brebajes con los que sonrojarnos. O que la figura del papá Estado, que venga a sacarnos del apuro cuando nos metemos irresponsablemente en él, ha desaparecido y cada vez nos encontramos más en un libre mercado en el que solo vale ser competitivo.
¿Pero somos conscientes de dónde queremos ir, qué producir, cuánto, a qué precio, en cuántas hectáreas, con qué rendimientos, de qué variedades…? Quizá cuando a todas estas y muchas más preguntas se les haya dado respuesta estemos en condiciones de hablar de “normalidad”. Hasta entonces, permítanme que cuestione todas las valoraciones que lo argumentan para valorar sus estimaciones.