Superada la primera embestida de la destilación, cuyas reacciones todavía se siguen sucediendo, y todo apunta que así seguirá siendo conforme se vayan conociendo los términos concretos bajo los que se vaya a desarrollar, es interesante centrar la mirada en aquellos otros puntos del acuerdo alcanzado que, sin concretar mucho tampoco, suponen un verdadero paso adelante del sector hacia la unidad y la posibilidad (todavía muy lejana) de contar con un Plan de Desarrollo que ponga cierta cordura a situaciones de precios y producción que no tienen sentido.
Sabemos que la cosecha 2013/14 ha sido históricamente alta, la más voluminosa nunca antes alcanzada en nuestro país. También sabemos que esta situación de volúmenes elevados tiene su origen, en buena medida, en la reestructuración a la que se ha sometido nuestro viñedo, con el arranque de hectáreas poco productivas y la sustitución por plantaciones de altísimos rendimientos. Y aunque en la concreción de cuánto de esta producción está en el viñedo y cuánto en la climatología puede haber discrepancias, todos coinciden en que cosechas de cuarenta y cinco millones de hectolitros están garantizadas, y picos por encima de los cincuenta y cinco también.
Y ahora, sabiendo todo esto, y considerando que el mercado es rápido en sus reacciones a los precios, pero extremadamente laborioso en su conquista, convendría preguntarse qué es lo que vamos a hacer en sucesivas campañas, cuando los excedentes vuelvan a agobiar nuestra capacidad de elaboración y almacenamiento.
Como decíamos, la medida de destilación nace con la intención de quedarse, de convertirse en una herramienta con la que regular los mercados y suavizar los profundos dientes de sierra de sus cotizaciones. Pero ni esto sería suficiente para solventar el grave problema que tienen nuestras bodegas con los precios a los que venden sus elaborados, especialmente fuera de nuestras fronteras. Ni, y también hay que decirlo, sería justo. Ya que vale que en esta campaña se hayan cometido errores de bulto, tales como vinificar uvas que no cumplían con los requisitos mínimos para poder hacerlo. Vale que vengamos de una campaña en la que la escasez de producción llevó los precios muy por encima de su verdadero valor. O que nuestros operadores no tengan visión de futuro y prefieran la especulación a la estabilidad y fidelización. Pero algo hay que hacer.
Entre otras muchas cosas porque no se puede estar regulando constantemente el mercado, porque los precios no pueden sostenerse artificialmente, porque la producción de cincuenta y cinco millones de hectolitros seguiría siendo una producción baja para las cerca de millón de hectáreas con las que contamos. Y porque el sector tiene que empezar a definirse y elegir el camino que quiere tomar. Y para eso es necesaria la estabilidad, pero también la seguridad jurídica que me garantice que mi negocio es viable.
Vamos a suponer que mi negocio está en la elaboración de mosto, o de vinagre, o incluso de vino para destilar. La calidad no es el primer parámetro que debe cumplir mi producción, y su producción es perfectamente compatible con altísimos rendimientos. Mi producción no va al mercado vinícola, ¿por qué tengo que ser yo, precisamente, el que más perjudicado se vea por destilaciones obligatorias que persiguen retirar del mercado producciones que son competitivas y no tienen problemas de precios o saturaciones?
Thnkas for taking the time to post. It’s lifted the level of debate