Parece que al final aquellas estimaciones de que no nos enfrentamos a una cosecha excepcionalmente alta que realizábamos a principios de campaña, sino más bien una campaña “normal” como consecuencia de la entrada en producción de miles de hectáreas reestructuradas hacia variedades y sistema de plantación más productivas, que nos llevaría a tener que tomar medidas de carácter estructural y olvidarnos de aquellas circunstanciales que tan solo servirían para paliar el problema de esta campaña, pero que lejos de solucionarlo no harían sino agravarlo; van siendo compartidas por más colectivos.
Lo que está bien, porque reafirman nuestra visión global del sector e inciden en la independencia de nuestras valoraciones, pero que apenas sirven de nada, mientras no sean los colectivos involucrados los que tomen cartas en el asunto y aborden el problema de una forma colectiva y, si fuera posible, armonizada.
Sabemos, al menos la gran mayoría, que nuestro futuro pasa obligatoriamente por mejorar el posicionamiento en los mercados, por recuperar una parte del consumo interior que hemos perdido en estos últimos veinte años, y que se ha visto especialmente agravado en los últimos cinco como consecuencia de la pérdida de la renta disponible de los españoles. Y por mejorar el precio al que vendemos en el mercado exterior, sin dejar de crecer en volumen, hasta situarnos claramente como primer país exportador del mundo.
Para ello sabemos que necesitamos profesionalizar nuestras bodegas, como lo hemos hecho con nuestros viñedos y cuya consecuencia ha sido, precisamente, el aumento de rendimientos que hemos tenido. Que nuestros departamentos comerciales deben ser el principal objetivo de inversión y del que dependerá nuestro futuro a medio y largo plazo. Asumir que los mercados son perfectamente permeables y que cualquier error nos expulsa automáticamente, pero que también suponen una gran oportunidad para nuestras bodegas al contar con productos de una muy aceptable calidad media a precios que tienen un largo recorrido sin perder mucha competitividad.
Llegamos incluso a intuir que este valor debe ser repartido en toda la cadena y que de esa justa distribución dependerá la velocidad con la que avancemos en este complicado camino. Es más, estamos concienciados de que nos falta mucha formación y hay que apostar por ella en todos los niveles de la empresa.
Hasta hemos entendido que el vino es algo muy diferente a lo que era hace cuarenta años y que hay que presentarlo y venderlo a un público que es una o dos generaciones posteriores y que busca valores en su consumo que poco tienen que ver con sus predecesoras.
Es más, somos conscientes de que este es un camino sin retorno que debemos recorrer sí o sí, y que quien se quede atrás acabará siendo devorado y desapareciendo por empresas altamente profesionalizadas y con suficiente músculo financiero, técnico y de producción que les permita adaptarse a las cambiantes circunstancias de cada momento.
Incluso se ha llegado a entender que hay que ir unidos. Que es mucho más que recomendable aprovechar las sinergias que tiene cada uno de los colectivos que integran el sector, y que las acciones individuales tienen escasa efectividad.
Tenemos de todo lo que hay que tener: medios, análisis, conocimiento, concienciación, recursos… solo nos falta un factor: programación con la que tener un objetivo claro hacia el que nos dirigimos y un conocimiento preciso de las etapas por las que debemos ir transitando en esta travesía en la que hemos de definir nuestro sector vitivinícola del siglo XXI.