Hasta ahora, al menos, cuando los agricultores miraban al cielo lo hacían temiendo la llegada de una helada, pedrisco o cualquier otra inclemencia meteorológica que pudiera dar al traste, o al menos poner en riesgo, su cosecha. Hoy, decir que los viticultores arrancan las hojas del calendario con desazón pensando que es una oportunidad perdida que venga cualquier accidente climatológico que reduzca su producción es exagerado, pero no se aleja tanto de la realidad como cabría pensar.
Aunque quizás no tanto para los bodegueros que, asustados por los importantes problemas a los que tuvieron que hacer frente en la anterior vendimia, ante la imposibilidad de dar cabida a toda la uva que les llegaba y almacenamiento a todos los vinos que producían; se plantean muy seriamente qué hacer en la próxima vendimia cuando una cosecha, incluso inferior a la pasada, podría representar un serio problema de capacidad dadas las previsiones de existencias que se barajan para final de campaña, considerando la evolución que están teniendo los mercados.
Los hay que piensan que la viña está agotada ante la gran producción, cincuenta y dos millones de hectolitros, cifra récord en España, de la presente campaña 2013/2014. Pero también los hay que consideran que esta cosecha es el resultado de la entrada en producción de las miles de hectáreas reestructuradas y cuyos rendimientos superan, en mucho, a los que estábamos acostumbrados. Llegando incluso a cifrar en cincuenta millones la cosecha media de nuestro país; con lo que eso supone de cosechas de cuarenta y cinco y otras por encima de los cincuenta y cinco. Lo que, por otro lado, no es más que la constatación de los temores que franceses e italianos tenían cuando nuestra incorporación a la CEE de que nos convirtiésemos en el primer país productor del mundo.
Algunos consideran que a estas producciones vamos a tener que ir acostumbrándonos e ir pensando en cómo darle salida en la exportación (está claro que el mercado interno está totalmente incapacitado para aumentar su consumo); e incluso ven con cierto optimismo la mejora en la productividad que estos mayores rendimientos suponen para los viticultores, que llegan a soñar con superar los veinticinco millones de hectolitros de exportación del 2011 y convertirnos en referente mundial de producción vinícola y bodega de la que abastecerse.
Incluso los hay, y de solvencia demostrada, que van más allá y confían en transformar en unos pocos años una parte muy importante de esos más de nueve millones de hectolitros que hemos vendido el pasado año a granel, en envasado; con el consiguiente aumento de valor que ello lleva aparejado.
Pero eso sí, todos, tanto viticultores, como bodegueros, o incluso la misma Administración, son conscientes que esta situación no se soluciona sola, que hay que tomar medidas a medio y largo plazo que permitan aprovechar todas las fortalezas de las que disfrutan los diferentes colectivos y hacer frente común a las debilidades.
De hecho, el pasado martes día 8, el director general de Alimentación del Magrama, Fernando Burgaz, se reunía con representantes del sector con el fin de promover la constitución de una Interprofesional y alentándoles a tomarse en serio esta posibilidad, ya que es un organismo vertebrador de la defensa de sus intereses que incrementa la competitividad y le permita dotarse de una visión estratégica ante los cambios de la demanda. Aunque dejándoles bien claro que esto tiene que ser una iniciativa del sector, que el Ministerio no puede más que servir de interlocutor y que solo los colectivos involucrados decidirán qué, cómo y a qué velocidad quieren ir.
Pero esto a los que llevamos años en el sector ya nos suena ¿verdad?