A estas alturas, y después de lo que hemos pasado, no podemos decir que el ajuste del FEGA sobre las declaraciones de producción de la cosecha 2013/14 pueda, ni sorprendernos, ni importarnos. Pues los 155.427 hectolitros de diferencia entre los 52,615 Mhl avanzados y los 52,46 millones de hectolitros que han dado por definitivos, no son una cantidad que pueda ser calificada de importante. Como tampoco la diferencia existente entre el avance de producción del Magrama, que eleva hasta los 53,32 millones de hectolitros la producción y el dato del FEGA. Aunque en este caso la diferencia sea de casi un millón de hectolitros y, la recomendación del Magrama, sea la de darle más validez al avance de producción frente a las declaraciones.
Lo único cierto es que (con un millón más o menos) España se sitúa en el primer puesto mundial de producción y en el último de los países productores (si por productor consideramos los principales países del mundo) en términos de consumo. Lo que nos aboca a un grave problema de comercialización.
Pero eso ya lo sabemos. Lo saben nuestros viticultores, que venden sus uvas a precios que hacen insostenible su viñedo. También nuestras bodegas, que tienen que hacer frente a producciones para las que no tienen más alternativa que la colocación rápida de una parte muy importante de su producción; con lo que ello supone de tener que vender a “cualquier precio” y de forma rápida porque al año siguiente llega otra nueva cosecha excedentaria. Y lo saben los compradores, que aprietan en las condiciones hasta límites insospechados, gracias a la posición dominante que ocupan.
Los últimos datos de exportación disponibles, publicados por el Observatorio Español del Mercado del Vino (OEMV), y referentes al mes de febrero, vienen a confirmar lo que se temía; y que no es otra cosa que, efectivamente, exportaríamos más cantidad, pero a costa de un precio más bajo.
Exactamente, para los dos meses de 2014 de los que disponemos información, un 15,8% más de cantidad, pero a un precio medio de 1,12 €/litro, lo que representa un 15,7% menos. Siendo los graneles sin denominación de origen la categoría de vinos que mayores crecimientos presenta. Que, dicho sea de paso y para que nadie se olvide, es la categoría en la que todas, y digo todas, las partes que componen el sector vitivinícola coinciden en que debe ser la categoría a transformar.
Sabemos que estamos consiguiendo grandes logros en esta transformación y que nuestras bodegas, ayudadas por unos cuantiosos fondos comunitarios, están en el camino de ir dándole la vuelta a las exportaciones y pasar de los anónimos graneles (que también hay graneles con nombre y apellido a los que no hay que tocar), a vinos perfectamente identificados que permitan mantener el valor añadido a los productores y mejorar la imagen de los vinos de España. Que es un camino largo y lleno de obstáculos y barreras arancelarias, y si no vean lo que ha pasado con China. Pero nuestras bodegas están convencidas de que es el único camino, que la etapa de grandes volúmenes de vino barato con el que ser la bodega europea ha pasado y que no queda otra que marca, marca y marca. Colectiva de país, región o denominación de origen; o individual. Pero marca. Y en ello están y estoy seguro que lo acabarán consiguiendo.
Pero mientras esto llega, las vendimias se suceden y a las producciones hay que ir encontrándoles acomodo en un mercado maduro donde la competencia es feroz. Y esto lo sabemos bien, porque nuestros mercados lo reflejan en sus cotizaciones y volumen de sus operaciones. Y porque nuestros viticultores, lejos de preocuparse por si hiela o graniza, deben ocuparse más de encontrar quién le compre una uva para la que cuidados y calidades están en un segundo plano frente a cantidad.