Un acuerdo poco satisfactorio

Dejando a un lado las valoraciones “políticas” que pueda merecer el acuerdo entre las industrias vitivinícolas de la Unión Europea (CEEV) y la Asociación de Bebidas Alcohólicas de China (CADA) por el que se cierran las investigaciones anti-dumping y anti-subvención sobre el vino europeo; y que ya hemos visto que han propiciado un considerable número de declaraciones felicitándose por ello, este asunto nos ha salido muy caro.

Desde el punto de vista económico, porque las minutas de los despachos de abogados y los intérpretes jurados (toda la documentación presentada tenía que ser traducida al mandarín) han sido considerables. Pero nada, si lo comparamos con el coste que supondrá en términos de competitividad la información que nos han “obligado” a facilitarles a China y que ha puesto en evidencia los márgenes comerciales y la operatividad de las bodegas españolas seleccionadas para cooperar.

Ya comprendo que cada uno tiene que hacer lo que tiene que hacer, y el papel de las administraciones y asociaciones es hacer declaraciones políticamente correctas y zanjar el asunto sin más alboroto, reduciéndolo a destacar que se trata de un “acuerdo privado entre sectores”.

Pero lo único cierto es que hemos hecho lo que han querido los chinos, les hemos facilitado toda nuestra información y nos hemos comprometido a cooperar durante dos años, no solo en el ámbito comercial, sino también en otras áreas técnicas como experimentación, cultivo y técnicas de mecanización de viñedo, vinificación y control de calidad, marketing, catas de vinos y sistema de protección de las indicaciones geográficas.

Pero, ¡es lo que hay!

Intereses mucho más importantes, relacionados con los paneles solares alemanes, han prevalecido; y el vino, como en tantas veces anteriormente, ha sido la moneda de cambio.

¡Ah! Y para los que piensen que China no es una amenaza para nuestras exportaciones, yo les diría que, de momento, está claro que no, pero que en un futuro no muy lejano, no estaría yo tan seguro. Especialmente para aquellos vinos baratos, que hoy por hoy, siguen representando el grueso de nuestras exportaciones mundiales.

Lo de la asistencia china a las empresas europeas en la organización de catas allí, la mejora del conocimiento del vino entre los consumidores chinos y la promoción de la cultura del vino está muy bien. Pero España durante el pasado año exportó a China 415.047 hectolitros a un precio medio de 1,78 €/litro, lo que no se puede decir que sea un mercado de gran valor como para ser los que más nos beneficiemos de ese acuerdo.

Claro que, siempre podemos sentirnos satisfechos con el anuncio hecho por el ministro de Agricultura, Arias Cañete, sobre su total oposición a la aplicación de un impuesto al vino, tal y como recoge la propuesta “Lagares”. Es decir, que “anunciamos la posibilidad de ponerlo, pero no lo ponemos gracias a mí oposición”.

O mejor, nos olvidamos de todos estos asuntos y nos centramos más en el día a día de nuestras bodegas, le echamos un vistazo a los datos de exportación de enero, que indican una recuperación del volumen con respecto al mismo mes del año pasado de un 19,4% y confiamos en que a lo largo del año podamos mantener esta tasa de crecimiento y superar los holgadamente los veintiún millones de hectolitros.

Aunque no sepamos si será suficiente para frenar la sangría que están sufriendo los precios en origen, dado el elevado volumen de la cosecha (última cifra del Ministerio: 50.948.500 hl) y la incapacidad demostrada por el consumo interno para recuperarse, ante la impasibilidad de un sector que no encuentra la forma de llegar a los nuevos consumidores mientras los fieles se les van muriendo.

Tomémoslo en serio

Aunque desde el Ministerio se nos asegura que se luchará por convencer al resto de los miembros del Gobierno, especialmente a los responsables del área económica, de que la propuesta del grupo de expertos de la Comisión Lagares no ha tenido en cuenta aspectos que van mucho más allá de lo estrictamente relacionado con los impuestos y que, en estos momentos, son de vital importancia para el sector; habrá que estar muy atentos a los movimientos que se vayan produciendo, pues sería totalmente inadmisible en un sector que resulta locomotor del comercio exterior, que mejora la imagen de la “Marca España” y que está inmerso en una revolución profunda, marcada por una reconversión del viñedo dirigida a mejorar de la competitividad del sector, que pasa, necesariamente, por un aumento de la productividad y una mejora en su rentabilidad. Cuestiones ambas que no son precisamente compatibles con aumentos de impuestos.

Competitividad que va mucho más allá de euros por litro y que sitúa su principal problema en la comercialización, que ha mejorado mucho en la última década con una notoria profesionalización de las bodegas, que les ha permitido encontrar en el exterior una alternativa a un mercado interior hundido. De estas bodegas, una buen parte ya hace tiempo que ha tomado conciencia de la importancia de valorizar su producto si quiere tener alguna posibilidad de continuidad. Y aunque al otro gran asunto, que es la mejora de la comercialización en el mercado interior que permita aumentar un consumo per cápita que se sitúa entre los más bajos del mundo y el más preocupante de todos los grandes países productores del mundo, son muy pocas las que dedican recursos, los últimos movimientos realizados por las “grandes” en este sentido, permiten pensar que se lo están tomando en serio.

Es muy posible que un número importante de las más de cuatro mil bodegas españolas que hay registradas, consideren que los concursos tienen poca, o nula, influencia en el consumidor y que, por consiguiente, su participación dista mucho de ser rentable. Y es muy posible que tengan razón. Pero si es así ¿cómo se explica que se sucedan uno a uno sin cesar? ¿O que haya más y más organizaciones y administraciones públicas que organicen el suyo, importándoles poco o nada la enorme competencia que existe?

Los concursos son rentables, sin duda. Otra cosa es que esa rentabilidad les llegue desde el punto de vista económico, cuestión que prácticamente está reservada para uno o dos de todos los organizados a nivel nacional, y que, podrán imaginar, se trata de los de mayor prestigio y son los reconocidos por los organismos internacionales.

Pero hay otras rentabilidades mucho más intangibles que se corresponden con aquellas relacionadas con el prestigio, la notoriedad o el propio ámbito geográfico al que van dirigidos. Ámbitos todos ellos igual de respetables y que alcanzan los objetivos perseguidos con un alto grado de éxito. Ya que lo único a lo que aspiran alcanzar las bodegas inscribiendo, y pagando porque sus vinos participen no es otra meta que aumentar sus ventas y, si es posible, el precio. Lo que sin duda consiguen, a tenor de la proliferación de certámenes en los últimos años.

Por un cambio de consumo

Es lo suficiente evidente, tanto como para no dejar ningún lugar a la duda, que tan solo el mercado exterior es capaz de hacer sostenible el sector vitivinícola español. Ni tradiciones, ni culturas, por más que se empeñen algunos en señalar a nuestro país o sus ciudadanos como emblema de la vitivinicultura mundial. Ni consumo, ni negocio; que apenas permiten a las bodegas (aquí siempre hablamos en términos generales, que para excepciones ya tenemos cada uno las nuestras), hacen viables ni la viticultura, ni las bodegas. Incluso en aquellos casos en los que hay fuertes cuestiones medioambientales o de arraigo de la población; tampoco en estos casos es posible mantener que la vitivinicultura actúa suficientemente para ello.

Esto no es nuevo de este año. Ni tan si quiera de esta OCM, o de las anteriores. Es más una cuestión antropológica, que debemos llevar muy adentro, ya que nunca hemos sido capaces de valorizar suficientemente nuestros vinos, más allá de tipologías o zonas muy concretas en las que han sido otros los que lo han hecho. Británicos en Jerez, franceses en Rioja, o suizos e italianos en Valencia; y poco más. Son los únicos que, a lo largo de nuestra historia han encontrado en España un verdadero vergel vitícola capaz de elaborar productos de interés para sus mercados.

Hoy, muchas décadas después, se podría decir que seguimos igual. Hemos aprendido poco y seguimos dependiendo de los demás para mantener a duras penas un sector que paga ruinosamente la uva a sus viticultores y vende sus vinos a los precios más baratos de cualquier otro país productor (aunque haya campañas excepcionales en las que esto no sea así).

Congratularnos de esto, más que motivo de alegría sería resaltar una evidencia, y si queremos sentirnos orgullosos por algo debería ser del ejemplo de algunas bodegas españolas, que son capaces de valorizar sus vinos en los mercados exteriores… y en los interiores.

Porque yo me pregunto: ¿conocen alguna bodega que venda sus vinos en el mercado exterior a un buen precio y lo haga en los niveles más bajos de la cadena en el mercado nacional? ¿Verdad que quién vende bien fuera, lo hace, también, bien dentro?

Pues entonces, yo le agradecería al ministro que, en lugar de sentirse orgulloso porque nuestras bodegas sean una pieza importante en el saldo comercial de nuestra balanza de pagos, se preocupara también porque esos ímprobos esfuerzos que dedican al mercado exterior lo pudieran hacer en el interior, con más información y formación a los consumidores, única vía para atraer un consumo de copa y sorbo que sustituya a un consumo alimenticio perdido.

El vino como reclamo

Aunque los datos del 2013 representan un aumento considerable del volumen de vino importado (+33,7% si se tiene solo en cuenta el vino y +20,9% si se consideran también mostos y vinagres), y todo parece indicar que tal situación encuentra justificación en lo corta que resultó la cosecha del 2012, siendo la categoría de vinos sin indicación de origen ni variedad, la que más volumen concentró con el 62,8% del total de los 1,903 Mhl importados; hay algunos detalles, como pudiera ser crecimiento experimentado del 1692% de los vinos con D.O.P. a granel, que deberían hacernos reflexionar sobre la posibilidad de que nuestro consumo interno vaya internacionalizándose y abriéndose a vinos procedentes de otros países.

Aunque los poco menos de dos millones de hectolitros importados apenas representen un 9,11% de lo exportado, se antoja razón insuficiente la disminución del cinco por ciento de la cosecha para justificar este crecimiento. Parece más lógico pensar en clave de precio y competitividad de nuestros vinos.

Ya hace algún tiempo que políticos y gerentes se han dado cuenta de que el vino puede ser un excelente reclamo de cara a la llegada de nuevos visitantes. Al fin y al cabo somos el tercer país del mundo en turismo y aspiramos a consolidarlo como motor de un modelo económico que hemos tenido que cambiar a marchas forzadas.

Es verdad que el peso del turismo en nuestro Producto Interior Bruto es elevado desde hace muchos años, que siempre ha sido uno de nuestros principales puntales, pero ahora, y ahí es donde está la diferencia, queremos cambiar ese turismo de “chancleta” por un turismo de mayor calidad y valor añadido. Y para eso la gastronomía y de forma muy especial, los vinos, están llamados a jugar un papel muy relevante.

¿Cómo mejorar y avanzar en el conocimiento y la información que tienen quienes nos visitan de nuestras denominaciones de origen, bodegas o marcas?