Más lentamente de lo que sería deseable, pero con una gran celeridad visto el punto del que partíamos y dónde nos encontramos, las bodegas españolas han asumido que la única forma de vender más es a base de salir al mercado y dar a conocer sus productos.
Y aunque sabemos que la explosión de resultados obtenidos en estos últimos años, en los que nos hemos convertido en el segundo país exportador, no podrá mantenerse al ir madurando los mercados y siendo cada día más las bodegas que compiten por hacerse con ese hueco que deja otra; la apuesta de las bodegas españolas por el mercado exterior es firme y tiene grandes visos de continuidad. Al menos a tenor de los planes de promoción en terceros países presentados y la decisión mostrada por aprovechar las campañas de información en el seno de la Unión Europea.
Muchas denominaciones de origen, algunas ellas con forma jurídica de interprofesión, pero muchas otras anteponiendo la necesidad a la formalización jurídica, han ido encontrando la forma de optimizar la utilización de fondos con el objetivo de acudir a los mercados de manera conjunta.
Aún con todo y con ello, se me antoja insuficiente visto cómo actúan aquellos países que son nuestra competencia directa, como Francia e Italia. O la de aquellos otros que aspiran a convertirse en alternativa como pudiera ser el caso de Argentina.
Está claro que cada vez es mayor el comercio mundial de vino, que los mercados son más globalizados y ya no se consume solo lo que se produce en casa. Eso es una gran amenaza porque supone que cada vez son más los que luchan por hacerse con un pequeño trozo del mercado. Pero también supone una excelente oportunidad para España, cuyos precios son tomados como referencia por nuestros competidores. Gozamos de una excelente reputación de calidad en nuestros vinos y estamos consiguiendo aguantar ese espectacular incremento en el precio que nos ha permitido pasar del poco más de un euro litro a los actuales uno con cuarenta y dos céntimos de noviembre.