Hace ya tanto tiempo, y es tan diferente la situación actual, que ya no nos acordamos de cuando las bodegas y cooperativas españolas invertían enormes cantidades de dinero en la modernización de sus instalaciones. Hemos olvidado las frecuentes críticas que se daban en el sector sobre la conveniencia de algunas inversiones, que resultaban claramente sobredimensionadas para una cosecha que, ya se apuntaba, debía tomar el camino de la reducción y el ajuste a unas necesidades que estaban muy por debajo de las producciones.
Considerando lo que está sucediendo en Castilla-La Mancha, con bodegas que se están viendo obligadas a cerrar sus puertas con el fin de impedir que sus socios o clientes les vuelquen unas uvas para las que no tienen prensa o depósito donde fermentarlas; podría parecer que o no estaban tan sobredimensionadas esas instalaciones, o nos enfrentamos a una cosecha histórica que va a hacer saltar por los aires las previsiones más optimistas que la cifraban en cuarenta y cuatro millones de hectolitros.
Hay una gran cosecha, pero nada a lo que no nos hayamos enfrentado antes. Y aunque es previsible que las diferencias entre las cotizaciones de unas partidas y otras vayan a marcan esta campaña, tenemos suficientes alternativas como para poder darle salida a todo. Los precios presentan horquillas ajustadas y es previsible que aquellas partidas que fueron importadas por la Unión Europea el pasado año ante la falta de producción propia no vayan a repetirse. No resultará fácil recuperar todo el volumen de exportación que las circunstancias tan especiales de la pasada campaña (y de las que tanto tendremos que aprender, especialmente si no queremos volver a caer en los mismos errores) nos hicieron perder. Sabemos que nos enfrentamos a un mercado muy maduro en el que cualquier hueco que dejes es ocupado inmediatamente con la pretensión de perdurar en el tiempo. Pero tenemos unos productos vitivinícolas que son altamente competitivos, los más competitivos del mundo, me atrevería a decir.