Cuando todavía resuenan los ecos de nuestra apresurada eliminación en primera votación en la elección de la sede para los Juegos Olímpicos 2020, se hace necesario reflexionar sobre tres cuestiones, a mí entender básicas, sobre el papel de España como marca colectiva: imagen que tenemos en el exterior y la que nosotros creemos tener, conocimiento de idiomas y peso de nuestro país en el panorama mundial.
Y no es porque a mí me importe mucho que Madrid organizase las Olimpiadas del 2020, que eso carece completamente de importancia, sino porque siguiendo la evolución de lo sucedido estos días, me parecía estar viendo a nuestras bodegas cuando salen a vender sus vinos al exterior.
En alguna ocasión hay a quien han puesto a “caer de un burro” por decir que en el exterior la imagen que tienen nuestros vinos es de “peleones y barateros”. Seguramente con razón, ya que ni los precios, pero seguro que la calidad, no lo justifica. Pero es verdad, por más que nos pese, que no somos el paradigma del valor añadido en vinos, como así lo demuestra el desglose de nuestras exportaciones, donde prácticamente la mitad se comercializa en envases de capacidad superior a dos litros (graneles), en la que se concentra el volumen que hemos perdido en el interanual julio’12-junio’13, como consecuencia de la elevación de los precios.
Y en cuanto al peso de nuestro país, ¡qué vamos decir! Si nos tienen que invitar a participar en las reuniones de las 20 economías más grandes del mundo, o somos el que mayor tasa de paro sufre, o el mayor nido de profesionales que deben salir fuera a buscar trabajo. Eso por no hablar de la imagen de nuestra clase política.
Se hace necesaria una reflexión profunda y serena de lo que ha sucedido, porque en Buenos Aires a España la dejaron fuera de algo más que de la organización de unas Olimpiadas.