Una lección positiva

Si lo prefieren, en lugar de buscar soluciones a los problemas de consumo interno a los que nos enfrentamos, podemos girar la cabeza y centrarnos en la balanza comercial. Darnos golpes de pecho por lo que han crecido nuestras importaciones y vanagloriarnos de lo mucho que vendemos allende nuestras fronteras.

Incluso podemos sentirnos orgullosos del apoyo que el sector y la campaña “Quien sabe beber, sabe vivir” está encontrando en famosos que, de manera completamente desinteresada, están prestando su imagen en apoyo de un consumo moderado e inteligente del vino.

Pero eso no haría más que ahondar en un grave problema de concienciación que tenemos y que nos ha llevado a encontrar en “los demás” la causa de nuestros males. Personificados en la pérdida de consumo, pero que bien podríamos también identificar en la competitividad de nuestros vinos que, básicamente, se encuentra en un factor: su precio.

Así se explicaría que en campañas como esta, donde la producción en todos los países del hemisferio norte ha sido menor y sus precios se han disparado; nuestras exportaciones se hayan visto perjudicadas, mientras las importaciones crecían de manera exponencial.

Con más o menos precisión, los temores de una debilitación en la propiedad se van cumpliendo y, con ella la reducción de unas pretensiones que hasta el momento se habían mantenido firmes e intransigentes. La llegada de la cosecha en el hemisferio sur, los datos oficiales que vienen a dar certeza y concreción a los rumores de importantes crecimientos en las importaciones realizadas en los últimos meses y la llegada del momento de retirar y pagar las partidas comprometidas, están haciendo que esa firmeza ya no sea tanta. Que los plazos se intenten dilatar y los precios renegociar.

Sabíamos que estos precios no eran reales. Que difícilmente serán digeribles por el mercado. Que acabarían cayendo. ¿Estamos dispuestos, ahora, a cargar con la parte de responsabilidad que cada uno de nosotros tenemos?

Eso sería una excelente lección por la que, quizás, valdría la pena pagar el elevado precio que tendrá para muchos. Pero mucho me temo que no, que cada uno seguirá tirando todo lo que le permitan hacia su lado y dejará para “el otro” la responsabilidad de su rotura.

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