Una de las primeras cuestiones a solucionar si queremos tener un viñedo estable y, en la medida de lo posible, controlado, pasa irremediablemente por disponer del agua suficiente y en el momento adecuado. O dicho de otra manera, que vayamos sustituyendo el viñedo de secano por el de regadío.
Dejando cuestiones de índole política y que tienen más que ver con el control y uso de las cuencas hidrográficas, parece bastante claro que, con pozos o trasvases, el sector apuesta por la implantación del riego localizado, habiéndose convertido en el tercer cultivo por extensión en superficie, tras el cereal y el olivar, con 334.240 hectáreas de viñedo en regadío, un 34,6% del total del viñedo en España (967.055 ha). Si bien esta superficie permanece más o menos estable desde el 2007 con variaciones que apenas sí superan las diez mil hectáreas de oscilación de un año a otro. El riego en viñedo de transformación en 2012 ascendió a 325.583 ha.
Es precisamente gracias a este gran número de hectáreas de regadío que en campañas como la actual hemos podido contar con una cosecha de calidad y en unos niveles de producción aceptable. Lo que ha permitido elevar los precios de las uvas en aquellas regiones de producción tradicionalmente de precios más bajos y permitir a sus viticultores rentabilidades aceptables que aseguren su continuidad.
Con respecto al otro gran debate que desata este tema, la calidad del fruto, digamos que no existe una regla que permita asegurar que un viñedo de secano será siempre de mayor calidad que uno de regadío. Eso son planteamientos completamente superados por una viticultura moderna que trata de darle a la planta lo que en cada momento necesita según los objetivos que persigue. Siendo perfectamente posible obtener uvas de excelente calidad de viñedos de regadío y uvas en un pésimo estado provenientes de secano.
Momentos como los actuales, en los que el mantener un mercado puede depender de unos pocos céntimos de euro la botella o el litro de vino, hacen más importante que nunca contar con producciones estables que nos aseguren directamente con nuestro viñedo o mediante la firma de contratos a medio y largo plazo con viticultores de la zona una producción con unos parámetros de calidad determinados y unas cantidades ciertamente estables.