Parece que España necesita seguir reestructurando su viñedo hacia variedades más comerciales y productivas. Esa al menos sería la conclusión que podría extraerse de la decisión adoptada por el Magrama sobre la reasignación de los fondos del Plan Nacional de Apoyo (PNA) (ahora denominado Programa de Apoyo al Sector Vitivinícola Español-PASVE-) para el ejercicio 2015, que debía presentar a Bruselas antes del 30 de junio y por la que seis millones que inicialmente iban destinados a promoción en terceros países y un millón quinientos cincuenta mil a la destilación de subproductos han sido reasignados a modificar nuestros viñedos.
Necesario o no, lo que sí parece claro es que el sector está decidido a darle un vuelco a su producción, apostando por variedades más internacionales y mayores rendimientos que aseguren en los próximos años que encabecemos el ránking de elaboradores. La entrada en producción de importantes explotaciones con rendimientos que superan ampliamente en tres veces los anteriores, así lo garantizan. Por no hablar de aquellas otras actuaciones que se están realizando con la mirada puesta en la obtención de altísimas producciones (por encima de los cuarenta mil kilos por hectárea) que tienen por objetivo la destilación de su producción para el abastecimiento de alcohol de uso de boca.
Nos hemos lamentado en reiteradas ocasiones de no contar con un sector organizado, donde todo valía para todo y en el que la rentabilidad del cultivo estaba en entredicho. Pues bien, aquí tienen un claro ejemplo de que esto está cambiando, de que los destiladores y elaboradores de mostos, apuestan por explotaciones específicas que hagan más rentable su producto. Consecuencia de esto, que no todo el sector evoluciona al mismo ritmo y que estas producciones no llegan a sustituir a las anteriores, para las que habrá que encontrar nuevo acomodo, sino a complementarlas, con potenciales de producción claramente por encima de los cincuenta millones de hectolitros.
Hablar bajo este panorama de abandonar el granel en nuestras exportaciones, o tildarlo de error y dañino para el sector, se antoja (o se me antoja) un tanto aventurado. En esas premisas se confunden deseos con realidades, entrando poco en valorar las razones que nos han conducido hasta esta situación y presentando pocas alternativas reales para cambiarla.
Está claro que nuestro sector debe someterse a una revolución importante en su producción, definiendo mejor sus necesidades para cada producto y costes bajo los que resulta competitivo en el mercado internacional. Pero también hay que considerar que no estamos solos, que estos cambios deben estar ajustados a las condiciones impuestas por el resto de productores que actualmente controlan el mercado. Y, salvo que pensemos que verdaderamente existe la posibilidad de que el consumo mundial crezca en quince millones de hectolitros en tres o cuatro años y que todos ellos los vayamos a acaparar nosotros, se presume verdaderamente difícil.
Si, además, consideramos la posibilidad de que una gran parte de esos doce millones que exportamos a granel y sin ninguna indicación de origen, no los vendemos nosotros, sino que nos los compran por ser los más baratos; habrá que empezar a plantearse la posibilidad de que llegue algún otro productor que lo haga más barato que nosotros y que, al igual que ahora ocupamos el lugar que antaño disfrutaba Italia como abastecedor de graneles en el mundo, luego sea otro el que nos desplace a nosotros.
Cuando esto llegue, y estoy seguro (dentro de lo que se puede estar seguro) que lo hará, nuestras bodegas deberán haber conseguido hacer realidad los grandes esfuerzos que desde hace años están realizando por abrirse un hueco en el mercado de los vinos valorizados.
Si se plantan más variedades francesas será un gran error. Los australianos las están substituyendo por variedades mediterráneas ya que se han dado cuenta que el mundo está ya saturado de ellas. El Cava, por ejemplo, está siendo muy perjudicado por haber perdido su identidad debido a haber autorizado el uso de chardonnay y pinot. El espumoso que triunfa ahora es el Prosecco, porque no es una imitación del Champagne, sino que tiene personalidad propia gracias a una sola variedad italiana. Los espumosos italianos aumentaron sus exportaciones el primer trimestre del año en curso un 23% mientras la del Cava cayó un -8,6%!!!