Unos prometen la creación de instituciones, otros la separación de las actuales. Los hay que se atribuyen el éxito en la mejora de las ventas o el aumento de las exportaciones. Incluso quienes se atreven a firmar acuerdos a medio plazo por los que comprometen presupuestos públicos por varios años. Sí, me estoy refiriendo a los políticos, de todo tipo y pelaje, que ante una de las campañas electorales más reñidas de la democracia no dudan en utilizar al sector vitivinícola como ejemplo de prosperidad y del buen hacer.
¿Buen hacer?
Con un país que ha visto perder una cuarta parte de su superficie de cultivo, aumentado su producción gracias a las ayudas llegadas de Bruselas para la reestructuración de un viñedo que en algunos casos no ha servido más que para perder viejos viñedos de variedades autóctonas por otras llamadas mejorantes que solo han servido para homogeneizar los vinos y aumentado de manera desordenada y descontrolada los rendimientos Que no encuentra la forma de frenar la sangría que sufre su consumo interno y que lo sitúa en su nivel más bajo, sin visos de recuperación a corto plazo. Cuyos precios mantienen en niveles de cuestionable rentabilidad el cultivo de la viña y obliga a las bodegas a buscar en el exterior lo que no encuentran dentro, vendiendo los vinos al nivel más bajo de todos los países productores.
Hemos mejorado mucho en los últimos veinte años. Hecho más eficiente nuestro viñedo. Tecnificado las bodegas. Profesionalizado el departamento técnico y generalizando la existencia de que las bodegas y cooperativas cuenten con su propio enólogo. Incluso los hay que se han atrevido con la creación de un departamento de exportación y otro de marketing y comunicación, aunque sean los que más han sufrido los recortes en estos últimos años, con la reducción de presupuestos.
¿Pero nos podemos sentir orgullosos?
Los españoles en general, pero especialmente en este sector, tendemos a pensar que los problemas nunca son nuestros, que en otras causas encuentran su origen y, por lo tanto, deberán ser otros los que los solucionen. Asumimos a duras penas responsabilidades, como sobre lo que ha sucedido con nuestros jóvenes, o para qué son comprados nuestros vinos.
Y ante una situación como lo que va a suponer la transformación de los derechos de plantación en concesiones administrativas y la pérdida patrimonial que ello va a suponer para los viticultores. O la falta de iniciativa nacional para desarrollar campañas de formación e información como marca “España” en los mercados exteriores. O cómo acercarnos a generaciones de consumidores que hemos despreciado. Permanecemos inmóviles, ajenos, ignorantes,…
Mientras haya Denominaciones de Origen que pretenden engañar al consumidor autorizando variedades francesas que no garantizan vinos con paladar español, sino vinos afrancesados, no será posible que el vino español tenga éxito, pueda venderse a un precio razonable. Salvo honrosas excepciones, España seguirá siendo el proveedor de vino a granel a bajo precio. ¡Los vinicultores que producen vinos afrancesados están perjudicando a los que procuran producir vinos con personalidad!