Resulta bastante evidente que aquello de lo que no hay, no es posible modificar su precio. Cosa bien distinta es que sí exista y sea muy codiciado; pero no parece que sea el caso tampoco.
A juzgar por los que operan diariamente en el mercado, las pretensiones de la producción que tenían las bodegas hace apenas un mes se están mostrando algo más abiertas a escuchar ofertas que hasta entonces desdeñaban.
Aún así las cotizaciones difícilmente van más allá de los 4,40 euros por hectogrado para los tintos, límite en el que, por el momento, parecen haber fijado su suelo. Algo más fuertes, pero con muchas menos operaciones están los blancos, para los que los 4,80 €/hgdo son una barrera difícil de rebajar.
Aquellos temores que barajaban todos los operadores, hace un par de meses, sobre el momento en el que llegaría esta relajación en los precios y la incidencia que esta tendría en sus cuentas de resultados, no se han cumplido totalmente, pues ha tenido lugar un poco antes de lo que se creía y la bajada parece estar siendo bastante contenida, como si sus cotizaciones ya hubiesen descontado esta situación.
Ya en su momento, cuando el precio del vino se iba hacia arriba como la espuma, eran muy pocos los que consideraban normal la situación, vaticinándose que más tarde o más temprano la coyuntura debería volver a un punto de normalidad. El mayor temor que se tenía no era, por tanto, que el precio bajase, sino cuándo, con qué brusquedad y hasta dónde.
El cuándo parece que ya lo tenemos. El cómo, al menos hasta ahora y confiemos en que así siga siendo, de forma controlada y con ajustes bastante sostenidos. Y el hasta dónde, todavía está por determinar, pero nada hace pensar que vaya a suponer un derrumbe que nos devuelva a cotizaciones de hace dos, y mucho menos, tres años.
¿Habremos aprendido algo de todo esto?, esperemos que sí y que seamos capaces de compaginar rentabilidad en el cultivo con competitividad en el mercado. Si lo hacemos podremos mirar al futuro con esperanza, si no, un largo túnel nos espera.