Sin entrar en muchos detalles, que encontrarán en las páginas siguientes, parece que 26,56 millones de hectolitros vendidos en exportación es una cifra más que considerable que debería hacernos sentir muy felices. Con total independencia de si superaremos o no a Italia y logremos ocupar el primer puesto mundial. El mero hecho de vender más de dos veces y media lo que consumimos dentro de nuestras fronteras y recuperar, con creces, lo que perdimos el año anterior, es una excelente noticia.
Quizá mucho más de lo que en realidad representa; puesto que, sin quitarle ni un ápice de importancia al dato, deberíamos fijarnos también en lo sucedido con los precios, que han caído prácticamente en el mismo porcentaje en el que hemos incrementado nuestro volumen. Vamos que, hemos vendido un 25,5% más por prácticamente (-3,2%) el mismo importe. Pero nada de todo esto es nuevo, ¿o sí?
Sabíamos que las exportaciones, desde que bajamos los precios, iban como una moto (perdón por la expresión) y que Francia y Portugal habían vuelto a ver en España la bodega de la que abastecerse. Que Rusia también había vuelto a comprar en España, hasta que Estados Unidos comenzaba a dar síntomas de agotamiento con variaciones de un 0,6% en valor, pero una pérdida del 4,9% en volumen; eso sí, situándose a la cabeza de los países por precio unitario con 3,44 euros el litro.
Aquí la duda está en saber si seremos capaces de darle la vuelta a esta situación consiguiendo vender lo mismo e ir incrementando la facturación. Por lo visto hasta ahora, esto va a ser mucho más complicado de lo que desde algunas grandes bodegas nos cuentan. Tomando los datos de los últimos quince años, y aunque hemos llegado a los 1,44 y caído hasta el 1,00, el precio de 1,14 €/litro parece ser el que marca nuestras exportaciones de vinos. Con las salvedades propias que surgen de la gran diferencia existente entre el precio medio de los vinos con D.O.P. y envasados, que en 2014 fueron vendidos a 3,20 €/l; y el de los vinos sin indicación geográfica y a granel que fueron vendidos a 0,38 €/litro.
Y ahora, con estos datos en la mano podemos comenzar a discutir sobre las posibilidades que tenemos de cara a los próximos años. A valorar si lo sucedido en quince años es o no representativo de un sector que, a pesar de las cuantiosas inversiones de las que ha sido objeto, no parece que haya conseguido más (ni menos) que vender una mayor cantidad fuera de un mercado interior en el que cada vez se consume menos.
Claro que también podríamos centrarnos en los precios a los que se venden los vinos en el mercado interior (si los tuviésemos) y exterior y analizar si no es mucho más rentable vender fuera que dentro. O las posibilidades que presentan mercados muy concretos de cara a ir sustituyendo los vinos de menor precio por los de mayor valor añadido.
Incluso hasta podríamos llegar a plantearnos si lo que sucede con las exportaciones no es más que la única salida que le queda a un sector que abandonó su mercado más cercano y con el que le resulta muy complicado entenderse ahora.
Hasta los hay que consideran que del mismo modo que hay que ir tomando medidas para adaptarnos al cambio climático, habrá que ir asumiendo que hay que ir cambiando la mentalidad de subir más el precio por el de bajar más los costes de producción.
No sé, la verdad. Es posible que la solución no esté en una sola idea y que más bien sea el conjunto de todas ellas donde encuentre cada bodega, viticultor, zona de producción o tipo de vino, la solución. Pero a mí me parece que quince años son una buena muestra de tiempo como para pensar que las cosas vayan a cambiar a corto plazo.
Mi opinión es que la vinicultura española es autodestructiva. Por ejemplo, el Cava triunfaba dentro y fuera de España gracias a que el Sr. Manuel Raventós Domenech le dió personalidad utilizando exclusivamente variedades autóctonas. Viendo el éxito, en 1986 se destruyó su identidad para poder producir imitaciones de Champagne como las que se producían en 1849 y ahora el Cava ha perdido el prestigio que tenia. El éxito internacional lo tiene ahora el Prosecco, que no imita el Champagne.
Estoy de acuerdo que hay que hacer lo que haga falta para vender, incluso imitaciones de vinos de Francia u otros países, pero no se les debe dar la misma Denominación de Origen que los vinos originales.