Hace apenas una semana nos felicitábamos por la gran madurez que estaba mostrando el sector en dos asuntos de vital transcendencia para su futuro a corto y medio plazo y que, al fin y al cabo, debían suponer dos herramientas básicas con las que ir posicionándolo en el camino de la competitividad en la que la nueva reglamentación comunitaria lo ha situado.
La eliminación de cualquier medida de intervención y la adecuación de las empresas que conforman el sector a un mercado altamente competitivo, y en el que la calidad ha pasado de ser una cualidad, a convertirse en un requisito mínimo con el que poder acceder a vender tus elaborados con el suficiente valor añadido para hacer rentable el negocio; nos ha llevado, no sin reiteradas llamadas de atención por parte de los organismos comunitarios, a darnos cuenta de que ya no contamos con puertas a las que llamar para que nos resuelvan nuestros problemas. Y que solo nosotros deberemos implantarnos aquellas organizaciones y medidas con las que organizar un sector claramente distanciado de un mercado y unos consumidores que han evolucionado y con los que no hemos sabido ir al unísono.
Esta histórica campaña de producción alarmante y en la que se han vinificado partidas que no deberían haber entrado a bodega (ahora ya lo podemos decir porque ha sido el propio sector productor quien así lo ha reconocido) parecía que podía suponer el punto y final a un periodo de comodidad e inmovilismo por parte de un sector que ha demostrado ser incapaz de entenderse, amén de tener muy pocas ganas de intentarlo. La creación de una interprofesional que, aprendiendo del pasado, se constituyese con la intención de suponer un primer paso para comenzar a trabajar. O la misma disposición del sector productor a asumir la retirada de esa producción que no debía haberse obtenido, a través de una destilación obligatoria, haciéndose incluso cargo de su coste. Hacían pensar en un sector maduro, responsable y dispuesto a mirar al futuro, consciente de una realidad legislativa y económica que se impone a marchas forzadas.
La responsabilidad de sus dirigentes y la realidad que han impuesto los mercados nos permiten pensar que entre todos, sea posible encontrar la forma de superar las últimas declaraciones rechazando la destilación obligatoria a la que se habían comprometido las cooperativas; o el rechazo a la constitución de la interprofesional por parte de algún colectivo que se ha considerado menospreciado, como los Consejos Reguladores.
Primero porque es necesario que estas medidas se adopten bajo el firme convencimiento de que el sector debe afrontar su futuro unido y con la suficiente inteligencia para saber que entre todos debe buscarse la forma de darle colocación a una producción, que hoy resulta poco acomodada al mercado. Y segundo, y más importante, porque mientras nosotros sigamos sin contar con un sector planificado en el que consigamos hacer rentable esa hectárea para mosto, alcohol o vinagre, con aquella otra destinada a embotellar vinos de cuarenta o cincuenta euros; estaremos perdiendo oportunidades de negocio y facilitándole la tarea a nuestros competidores.
Al final, el mercado con sus consumidores va a acabar imponiéndose y marcará las reglas del juego. Nosotros, ante esta situación, podemos permanecer de brazos cruzados lamentándonos de que los precios se derrumban o que nuestros vinos no son lo suficientemente valorados. O podemos ponernos a trabajar, primero reconociendo una realidad, segundo estudiando los medios con los que disponemos para atajar las debilidades y asentar las fortalezas, y tercero llevándolo a cabo con la mirada en el medio y largo plazo, pero con objetivos a corto fácilmente identificables y de sencilla valoración que vayan aportándonos confianza y permitiendo creernos que somos capaces de estar juntos más allá de momentos puntuales.