Mucha incertidumbre para un sector en crisis

Si bien no hay nada que permita asegurar que el sector del vino será uno de los más perjudicados en esta guerra arancelaria que nos ha declarado el presidente Trump. No son pocos los que opinan que de esta no nos libramos, aunque que sus consecuencias, según sea uno u otro el modelo de aranceles que nos acabe imponiendo, no tienen por qué ser, necesariamente, perjudiciales para nuestros vinos.

Si su aplicación es discrecional y acaba imponiendo a unos países y a unos tipos de vinos, sí, y a otros no, las posibilidades de que nos salga la cara de la moneda se antojan bastante escasas. Si, por el contrario, se aplican de manera uniforme a todos los vinos de procedencia UE y a todos los tipos de vinos, sea cuál sea su graduación alcohólica, la cosa puede ser hasta beneficiosa. Pues a menor precio, menor impuesto y, consecuentemente, seríamos más competitivos.

De momento, lo que sí se está notando es un aumento considerable de la actividad exportadora, pues son muchos los importadores estadounidenses que, ante la amenaza más o menos segura de que acabará imponiéndolos, han optado por acaparar producto con el que hacer frente a la primera envestida de su aplicación. Medida que, como ya sucediera con el Brexit, de nada sirve a largo plazo, pero que permite disponer de un cierto tiempo en el que poder negociar con la distribución la cuantía y tiempo en el que acabar repercutiendo la subida.

Todo ello, claro está, partiendo de la base de que el consumo de vino, hablando de forma global, en el que es el primer país del mundo en consumo, no se vea afectado y derivado hacia otras bebidas. A lo que, salvado el primer asalto, confían hacer frente con ese apalancamiento de producto, para evitar que se produzca.

Un problema más a añadir a la crisis del sector que venimos padeciendo de forma más o menos crónica y a la que nadie parece encontrarle solución.

El propio comisario de Agricultura de la UE, Christophe Hansen, recién aterrizado en el puesto, como el resto de Comisión Europea, parece no tener muy claro ni el escenario en el que tendrá que desenvolverse en los próximos meses y años, ni las medidas con las que cuenta para hacerlo. Así al menos se podría desprender de su comparecencia ante la Comisión de Agricultura del Parlamento Europeo, donde las ideas sobre cuál iba a ser su “hoja de ruta” fueron muy poco más allá del reconocimiento de que nos enfrentamos a una crisis de demanda y exportaciones y que debemos actuar con rapidez.

Señaló, y eso me parece muy relevante, que sus propuestas serán extraordinarias ya que no se incluirían en la revisión en marcha de la OCM del sector, tal y como había solicitado el sector a través de su Grupo de Alto Nivel. Generando cierta preocupación el hecho de que las soluciones que haya dejado ver no se encuentren dentro de las medidas actuales con las que cuenta el sector.

Estabilidad y tranquilidad, dos de los requisitos imprescindibles para abordar con éxito una crisis y que el sector vitivinícola europeo no parece encontrar. Con problemas de gran envergadura a los que hacer frente de manera inmediata que, previsiblemente, requerirán de mucha atención y abultadas partidas presupuestarias.

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