Un círculo vicioso que es necesario romper

Estoy firmemente convencido de que uno de los principales problemas que tiene este sector es el pesimismo que impera entre sus operadores. Un círculo vicioso que es posible romper y ese es el deseo que guarda mi petición navideña.

La creencia de que el futuro de una comercialización adecuada de los productos vitivinícolas sólo está al alcance de unos pocos privilegiados y que el “común de los mortales” debe sobrevivir con escasas esperanzas de salir del pozo de bajos precios y baja o nula rentabilidad es predominante en el sector.

Esta actitud es, en muchas ocasiones, consecuencia de la escasa autoconfianza en la calidad de nuestros productos y los complejos con los que acudimos a los mercados. Más acuciados por la necesidad de vender, que con la esperanza de posicionarnos en el lugar que nos correspondería por calidad, tradición y peso en el sector.

Situación que nos lleva a perder ese positivismo que es imprescindible para salir de una mala situación.

Cierto es que con una producción que fácilmente cuadriplica lo que consumimos en España (donde tampoco es que seamos capaces de defender el verdadero valor de nuestras producciones) y un mercado exterior en el que nos enfrentamos a inquebrantables barreras de dominio de los otros grandes productores (competidores) mundiales; no ya sólo tradicionales, como franceses o italianos, sino al que cada vez más se van incorporando californianos, australianos, chilenos, sudafricanos…, se hace muy complicado hablar de futuro.

Más aún con un relevo generacional cuestionado y una profesionalización en entredicho, tanto en viticultores como elaboradores (con un peso muy especial de las cooperativas), que no alcanza los niveles suficientes para impedir ventas en cuyos costes de producción no se han tenido en cuenta los costes de mano de obra.

Claro que, si esto no fuese suficiente, el panorama mundial no es que pinte muy esperanzador. Los datos de las dos últimas campañas publicados por la Organización Mundial de la Viña y el Vino (OIV) nos indican que estamos en niveles mínimos históricos de producción. Con los datos de consumo mundial disminuyendo y las perspectivas de futuro manteniendo estas tendencias.

Las organizaciones sectoriales, no sólo agrarias, pues también en ese planteamiento se han sumado otras, abogando por el abandono del viñedo subvencionado.

Y, para más inri, una Unión Europea, previendo unl horizonte sectorial bastante negativo.

Como el que se interpreta de la publicación del Informe de Perspectivas Agrícolas de la UE al horizonte 2035 en el que, para el sector vitivinícola, prevé que continúe disminuyendo el consumo de vino, consecuencia de una menor incorporación de los jóvenes, que rechazan su contenido alcohólico por motivos de salud. Argumento que encuentra un potente refuerzo en los gobiernos con políticas claramente antialcohólicas y en las que apuntan al vino directamente. Así como una traslación del consumo de los países tradicionalmente elaboradores y consumidores hacia otros con latitudes más norteñas (Chequia, Polonia y Suecia). Consecuencia de lo cual contempla como probable una pérdida de la producción impulsada por la disminución de la superficie.

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