Con la profunda consternación que han causado los efectos de las inundaciones, llega el momento de ir recuperando poco a poco la normalidad. También en el sector vitivinícola. En el que viticultores y bodegueros, tras las labores de limpieza, se afanan en evaluar daños, poner en marcha máquinas y cargar camiones y barcos que, a pesar de los graves daños sufridos en las infraestructuras, trasladan los vinos destinados a la vital campaña navideña. Para un poco más adelante ha quedado el levantamiento de algunas espalderas dañadas o la recuperación de las capas superficiales y orgánicas arrastradas en varias parcelas.
Ha sido mucho el daño, pero mayor si cabe la solidaridad de miles de voluntarios y de todo tipo de cuerpos llegados desde el más recóndito lugar. Y, aunque, salvo lamentables excepciones, no ha sido el sector vitivinícola uno de los que mayores daños ha tenido que soportar, esto requerirá de muchos recursos, de todo tipo: económicos, materiales y humanos; durante mucho tiempo. En un horizonte temporal que se extiende mucho más allá de al que los medios de comunicación le puedan estar prestando una atención prioritaria.
Sus efectos sobre la economía local se dejarán notar, el consumo verá menguado su gasto y la alegría contenida. Pero nada de todo esto doblegará la voluntad de superación que nos caracteriza.
Igual de complicado será hacer frente a las consecuencias que la elección de Donald Trump como presidente del primer país del mundo por volumen de vino consumido pudiera acabar teniendo para nuestro sector. Vamos a decir, por hacerlo suavemente, que no pinta bien. La política proteccionista desarrollada durante su última etapa al frente de los EE.UU., junto a los anuncios en su campaña electoral de aumentar los aranceles a los productos europeos, con mención específica del vino, no auguran nada bueno.
Y, aunque todavía está por llegar el momento en el que se tenga que negociar y asistir al lamentable espectáculo de “intercambio de cromos” sobre qué productos y en qué cuantía se ven modificados sus aranceles, son pocos los que confían en que el vino no acabe siendo uno de los productos más perjudicados.
En el ámbito nacional, tampoco es que el informe favorable emitido por la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC) al anteproyecto de ley de prevención del consumo de alcohol y sus efectos en las personas menores de edad nos lo esté poniendo muy fácil.
El hecho de que la CNMC considere que el anteproyecto se adecua a los principios de buena regulación, sin que se aprecien restricciones injustificadas a la competencia, es un paso más hacia la demonización del consumo de vino.
Todas las mejoras y aclaraciones planteadas son de segundo nivel y suponen, de facto, un paso adelante en la aprobación de una Ley que explícitamente prohíbe en la publicidad o comunicaciones de tipo comercial términos “equívocos o ambiguos”, que puedan confundir fácilmente a las personas menores de edad, como “consumo responsable” o “moderado”. Un horizonte poco alentador, pero nada diferente a lo que cabía esperar, si no fuera por estos desastres naturales. Por ello, estamos preparados y sabremos encontrar el mejor acomodo que nos permita seguir produciendo y vendiendo cada vez mejores vinos.