Después de unos días de cierto miedo, con bruscas caídas de temperaturas, especialmente intensas en el tercio norte de la península y cuyos efectos todavía son difíciles de cuantificar. pues no sólo dependerán del grado de afectación de la cepa y la superficie implicada, sino de cuáles sean las condiciones meteorológicas bajo las que se desarrolle el viñedo en las próximas semanas; podemos asegurar que el panorama de la cosecha resulta mucho mejor del que teníamos hace un año.
Aunque sigan existiendo zonas, especialmente las situadas en la C. Valenciana y R. de Murcia, donde las lluvias caídas han sido nulas o prácticamente testimoniales. Persistiendo un grave peligro de tener que enfrentarse a otra vendimia de corta producción y efectos cada vez más perjudiciales para la misma supervivencia de la planta.
Y, mientras todo esto sucede en el campo, con cosechas históricamente bajas y perspectivas que, por halagüeñas que puedan resultar no debemos olvidar que la cepa viene de haberlo pasado muy mal en los últimos años y su rendimiento nunca podrá ser el “normal”, las organizaciones agrarias que representan a esos mismos viticultores que lo sufren en el campo solicitan cosechas en verde, y las bodegas que ven afectado el volumen de materia prima con el que trabajar, destilaciones de crisis.
Y es que el mercado no reacciona.
No sabemos muy bien si porque las estimaciones de producción o de consumo que se manejan presentan graves desequilibrios que haga temer una caída de los precios (pero hablando de cosechas en niveles de hace 60 años, no parece muy lógico). Si por las circunstancias marcadas por los conflictos geopolíticos (es como ahora parecen querer referirse los políticos a los conflictos bélicos como el de Ucrania o Israel). Por aquellos otros que tienen su razón de ser en una reducción de la capacidad adquisitiva de los ciudadanos, medida en renta disponible, y que se ha visto sujeta a fuertes mermas como consecuencia de una descontrolada inflación y elevación de los tipos de interés. O por los cambios en los hábitos de consumo y preferencias hacia otros tipos de vino o bebidas, porque algunos de estos productos lo único que tienen en común con el vino es que se elaboran a base de él, pero no pueden ser etiquetados como tales, para los que no estuviésemos preparados.
El caso es que, mientras unos piden que se elimine parte de la producción, otros que se autoricen medidas extraordinarias con las que aumentar la producción e incluso plantar nuevas hectáreas de viñedo.
Por supuesto que nada de todo esto es nuevo. Que, a lo largo de la historia reciente del sector vitivinícola español nos hemos venido encontrando con situaciones parecidas en uno u otro lado de la balanza. Pero, de lo que yo ya no estoy tan seguro es de que nos hayamos encontrado al mismo tiempo con la solicitud de medidas contradictorias entre sí.
¿No será que no sabemos muy bien cómo afrontar el futuro y adecuarnos a un mercado cuyas reglas de juego: momentos de consumo, tipologías, valores, presentaciones, mensaje… han cambiado?
Si no es así, genial y adelante con todas estas medidas. Si lo es, su eficiencia será escasa o nula y los problemas se volverán recurrentes.