Es cierto que no vivimos momentos fáciles en el sector, tampoco en la agricultura en general. Basta echar un vistazo a la calle para escuchar los gritos de protestas de unos ciudadanos que se declaran totalmente incapacitados para seguir adelante con su actividad agraria y que sólo reclaman un poco de respeto a su trabajo.
Respeto que pasa, necesariamente, por una rentabilidad que les haga posible vivir con dignidad de su trabajo, permitiéndoles defender su producción en condiciones de igualdad y competitividad.
También es verdad que, poco a poco (casos mucho más relevantes informativamente hablando, al margen), el cansancio empieza a hacer mella en sus ánimos y, cada día, son más sordas sus proclamas y menos notorias sus protestas.
Pero, lamentablemente, los problemas siguen siendo los mismos, salvo pequeños detalles que todavía tendremos que ver plasmados en un documento para saber qué hay detrás exactamente de esas promesas de reforma.
¿Conseguirán los políticos, los nuestros y los de la Unión Europea, pasar de soslayo por esta oleada de protestas y conformar un nuevo Parlamento Europeo sin haber afrontado el relevo generacional y despoblación que hay detrás de esta situación?
Confío en que no. Pero, si he de ser sincero, me temo que sí que pudiera ser. Pues, como en toda protesta, el tiempo juega en su contra y éste está siendo muy bien gestionado por quienes tienen el poder de tomar decisiones y aplicar medidas.
Si lo prefieren, podemos centrarnos en los problemas actuales del mercado: hablar del consumo interno, del volumen de nuestras existencias, la marcha de las exportaciones o el esfuerzo comercializador de nuestras bodega y cooperativas.
Pero, nada de todo esto tiene verdadera importancia si lo comparamos con las consecuencias que pudiera tener sobre el sector vitivinícola, especialmente el español (pero está en juego el propio europeo). Si no somos capaces de entender que las reglas de juego en el mercado mundial han cambiado. También lo han hecho los consumidores con sus gustos, momentos de consumo y cantidades.
Y que todo ello requiere poner la luz larga y mirar al futuro con mucha más ambición y criterio que lo que conlleva la mera toma de medidas inmediatas que solucionen un problema puntual, pero dejan sin orientar hacia dónde debe ir el sector vitivinícola.
Sostenibilidad, economía circular, cadena de valor, burocracia, libre competencia, cláusulas espejo, valorización… Son grandes conceptos que todos coincidiremos en señalar como objetivos prioritarios. Pero ninguno de todos ellos se alcanza porque sí. Todos requieren de una transición.
Que esta evolución sea de forma ordenada o salvaje. Pautada, con una hoja de ruta consensuada por todo el sector, o impuesta por el mercado. Que permita la ordenación del potencial vitícola y la producción, o conlleve el abandono de viñedo, desaparición de bodegas y cooperativas y despoblación de amplias zonas rurales; aún depende de nosotros.
No dejemos pasar un tren que tiene escasas estaciones por alcanzar hasta su fin de trayecto.