Con más o menos argumentos para ello, lo cierto es que el sector anda un tanto preocupado por cuál pueda ser la evolución de los mercados en los próximos meses.
Con una vendimia 2022 en ciernes, a la que le precede una cosecha corta, en un ambiente belicista de importantes consecuencias macroeconómicas que amenaza con severos ajustes en las economías domésticas, que acaben viéndose reflejados en los datos de consumo, con especial incidencia sobre aquellos productos que no son básicos; la prudencia parece estar adueñándose de la situación y extendiéndose como una mancha de aceite entre los operadores.
La producción prefiere mantenerse al margen del mercado, porque ni los bajos precios, ni el escaso número de compradores le resultan interesantes. Los consumidores, aunque ávidos de volver a una situación prepandémica que les permita disfrutar un poco de la vida y gozar de algunos de esos pequeños lujos de los que el confinamiento les privó; están recibiendo un torpedeo constante de malas noticias que les advierten de tiempos muy difíciles cuando pase esta especie de euforia contestaría a una represión histórica.
Cuánto durará esta especie de darle la espalda a la realidad y cómo de duro será el aterrizaje en una recesión (esperemos que no estanflación), junto con cuál pueda ser la repercusión que esto vaya a tener en el consumo de vino son las grandes preguntas para las que no todos tienen la misma respuesta.
Hasta ahora, los datos de consumo interno, correspondientes al Infovi del mes de mayo, nos sitúan el consumo aparente en 10’442 millones de hectolitros, un 11’1% por encima del que teníamos hace un año. Pero un 1’21% inferior al del mes pasado. Lo que para unos es considerado como un hecho evidente de la entrada en otro periodo de caída del consumo interno; mientras que para otros no es más que la evolución normal de cualquier mercado con sus naturales altibajos. En lo que sí coinciden, más o menos todos, es que volver y superar los once millones que alcanzamos en febrero del 2020, máximo de la serie, está completamente fuera del horizonte del corto y medio plazo.
Y, la verdad, tampoco nos vamos rasgar unas vestiduras que ya tenemos bastante roídas. Produciendo cuarenta millones de hectolitros, que son los que declaramos en un mal año como fue el 2021 y un potencial que está claramente por encima de los cincuenta; hablar de diez u once millones no deja de tener un valor mucho más simbólico sobre lo que supone el vino en nuestra sociedad y las características que definen los momentos de consumo, que un verdadero problema en la evolución de nuestro mercado.