Tras un mes de marzo que hizo saltar todas las alarmas, con una pérdida del 12’5% en el volumen exportado de productos vitivinícolas, que se desglosaban en un 13’9% si hablamos solo de vino y del 6’5% de los mostos. Con caídas tan impresionantes como el 40’2% que perdimos en los vinos a granel con I.G.P., el 30’2% de los BiB y el 29’8% de los vinos licor; o el 26’9 y 27’2% de los vinos con D.O.P. a granel y envasados con I.G.P., respectivamente. Por no mencionar los casi treinta millones de litros que exportamos de menos de vinos a granel sin D.O.P./I.G.P. Conocer lo que había pasado en abril con nuestras exportaciones, iba mucho más allá de la simple información o conocimiento del peso del vino español en el mercado internacional.
Saber si se trataba de algo puntual, motivado por los numerosos e importantes acontecimientos internacionales que se habían producido, o el problema iba mucho más allá y suponía un cambio de tendencia y la entrada en una fase restrictiva en el comercio mundial que nos afectara sobre manera en un producto tan sensible como es el vino; era fundamental.
Afirmar o negar con tan solo un mes de histórico, resulta tan irresponsable como haber lanzado las campanas al vuelo para anunciar, el pasado mes, la llegada de una hecatombe. Los dientes de sierra son algo bastante habitual en cualquier serie; si esta es económica, es inevitable y, si nos encontramos en un escenario tan convulso, extraordinario y complejo como el que nos ha tocado vivir, casi necesario.
Conocer la capacidad de adaptación del sector a este escenario, disponer de información numérica que nos permitiese trabajar con datos concretos y dejar a un lado sensaciones y especulaciones (que en la mayoría de los casos están más próximas a intereses ocultos o poco confesables que a realidades de mercado) iba mucho más allá de lo interesante para convertirse en imprescindible en unos meses en los que una nueva campaña llama a la puerta y deben tomarse decisiones de calado que van, desde la misma decisión de cómo y cuánto comprar o vender, hasta determinar la horquilla de precio a lo que lo haga o el destino que le dé a la producción.
En términos de valor, el mes de abril ha resultado positivo para el vino, con una facturación de 251’2 M€, lo que dicho así podría no parecer muy importante, pero que, si lo comparamos con lo sucedido el mismo mes del año anterior, ha representado un aumento del +5’5% y, lo que es mucho más importante, ha sido el mejor mes de abril. No ha sucedido lo mismo con el volumen, cuya cifra de 167’3 millones de litros ha sido un 13’9% inferior y ha supuesto la venta de 27 millones menos.
En términos interanuales las cifras siguen siendo muy positivas, un 3’4% (71’9 millones de litros) y un 7’1% (190’9 millones de euros) más en comparación con el TAM anterior. Consolidándose la tendencia positiva en el valor y la negativa en un volumen que comienza dar ciertos síntomas de agotamiento tras cifras históricas sobre las que nos tendríamos que remontar hasta noviembre de 2015 para encontrar un volumen mayor.
Para responder a la pregunta sobre si esta revalorización del producto puede ser considerada un éxito de los operadores, ya que el objetivo marcado por nuestros actores sectoriales es aumentar el valor unitario al que exportamos; o, por el contrario, consecuencia de un fortalecimiento de la oferta por razones circunstanciales, habrá que esperar.
De momento, quedémonos con lo importante: las exportaciones han mantenido el tipo y lo sucedido en el mes de marzo no fue más que un bache normal en cualquier mercado.