Aún calientes los datos del Infovi correspondientes al mes de abril, publicados el pasado miércoles; podemos respirar tranquilos, al comprobarse que el descenso en el consumo producido durante el pasado mes de marzo (tras diez meses en los que veníamos creciendo ininterrumpidamente), no se ha confirmado en el último mes analizado.
No obstante, convendría diferenciar muy bien entre lo que es comparar, ese dato de consumo de los últimos doce meses, con el que se produjo el mismo mes del año anterior (abril’21) y lo sucedido el mes previo (marzo’22). Pues si bien el efecto estadístico hará que en el primero de los casos (interanual puro) sea positivo, al venir de una brusca caída con ocasión de la pandemia; no sucederá lo mismo con la comparativa respecto al dato precedente, que marca la tendencia. Así, podríamos afirmar que el consumo aparente interanual sigue presentando una clara recuperación, con una cifra de 10’570 Mhl frente los 9’136 Mhl del interanual a abril de 2021 (+15’7%). Cuando la realidad es que el dato acumulado de 12 meses hasta abril supone un aumento del consumo, con respecto al alcanzado el mes anterior, de tan solo el 0’33%.
Y convendría ir acostumbrándonos a estas diferencias, ya que, este efecto estadístico, podría llevarnos a equívocos sobre lo que está sucediendo y la paralización, incluso la caída de la cotización de nuestros vinos, que están sufriendo, especialmente, los tintos.
Hasta el momento, y confiemos en que así siga, la situación no es preocupante. Las pérdidas, tanto en consumo como en exportación no son alarmantes y, considerando los múltiples factores que están combinándose, podríamos decir que estamos aguantando como jabatos. Aquí el problema está en saber cuánto y hasta cuándo se puede dilatar esta coyuntura. Estamos a menos de dos meses de iniciar una nueva campaña. La vendimia empieza a levantar pasiones que, en algunas ocasiones, están convirtiéndose en malos presagios. Y los operadores están retrayendo su actividad comercial ante el peor de los males: la incertidumbre.
La cosecha, hasta el momento, viene bien. Las lluvias que han caído han sido, por ahora, suficientes. Los episodios de heladas no han sido generalizados y sus efectos sobre la viña han sido bastante exiguos. Y las olas de calor y bajas temperaturas de los meses de abril y mayo, con pronunciados cambios que superaban los diez grados de un día a otro; tampoco han tenido efectos reseñables sobre la muestra.
¿Lo tendrá la anunciada sequía para este verano? Pues tendremos que esperar para verlo. Y aunque los hay que apuestan por una cosecha normalizada, también hay voces que afirman que nos conformaremos con una más corta. Y ninguno tiene más argumentos (o al menos más sólidos) que los otros para que podamos inclinarnos por su postura.
Lo cierto es que una vendimia cercana a los cincuenta millones de hectolitros, lo que podríamos calificar como “normal”, nos llevaría a un panorama muy complicado. Repetir los cuarenta del año pasado facilitaría las cosas y permitiría a las bodegas aliviar un poco sus existencias que, aunque no muy voluminosas, sí están siendo un poco agobiantes.
Muchas incertidumbres que, por el contrario, no han evitado que ya alguna bodega haya hecha pública su voluntad de bajar el precio de la uva en la próxima vendimia. Habrá que esperar y no alarmarse demasiado.