Con prácticamente cerradas las vendimias en todas las regiones españolas, lo más destacable de la cosecha 2021, en mi opinión, es la tranquilidad con la que ha transcurrido. Sin más incidentes que pequeños conatos de protestas en el inicio de las primeras labores vendimia, con la publicación de las famosas “tablillas”, aunque en estos tiempos sea algo mucho más representativo que efectivo, ya que todo productor debe contar con un contrato privado en el que fije el precio la que entrega su uva. El paso de las semanas y la incorporación progresiva de las sucesivas regiones a la recogida no han hecho sino ir confirmando la tendencia en los precios, sus estimaciones de producción y animando ante las numerosas expectativas que se abren frente a la baja vendimia francesa y la contenida de Italia.
Y, aunque podría resultar un tanto exagerado decir esa famosa regla de oro de que “cuando la cosecha viene baja es más reducida que las previsiones”, nada parece indicar que nos vayamos a encontrar con una cosecha tan corta como la que se preveía antes de cortar los primeros racimos. Los treinta y nueve millones de hectolitros han sido una cifra sobre la que todas las organizaciones que publican estimación de producción han pivotado, y sus correcciones a lo largo de estas semanas no han ido más allá del millón de hectolitros. Una cantidad que se encuentra dentro de ese margen de “más/menos” habitual en estos pronósticos.
Por zonas geográficas podríamos decir que la climatología y el paso del tiempo ha sido el que ha marcado la mayor diferencia. Así, tenemos que aquellas más tempranas, como pudieran ser Andalucía o Extremadura, seguidas de Castilla-La Mancha, son las que han tenido que hacer frente a mayores pérdidas de producción con respecto al año anterior. Mientras que, a las más tardías, como Castilla y León, esas tres o cuatro semanas de diferencia les han servido para recuperar una parte importante de lo que mostraba de menos la viña.
En cuanto a la calidad del fruto, especialmente su estado sanitario y presencia de cualquier rasgo de enfermedad, ha sido muy bueno. Pero no ya solo porque el esmerado trabajo de los viticultores haya permitido realizar una buena selección de las partidas, sino porque la generalidad era bastante buena y el tiempo seco de las primeras semanas de septiembre ha ayudado a ello. Pudiéndose reducir todas las incidencias a las que han tenido que hacer frente los técnicos en su transformación de la uva en mosto, a un menor rendimientos o unos valores más bajos en grado y altos en acidez. Parámetros que, en la mayoría de los casos, les han permitido obtener productos más conformes a sus necesidades de adecuación a los mercados, fundamentalmente los internacionales.
Especial mención merece el tema de los precios de las uvas, prácticamente todos por encima de los pagados el año pasado y, aunque insuficientes para cubrir los gastos de producción, en la mayoría de zonas vitivinícolas, según denuncia de las organizaciones agrarias; el incremento con respecto a los del año anterior, especialmente en aquellos de menor cuantía, ha servido para entender que, por insuficiente que fuera, era una clara muestra de buena voluntad.
Crecimiento al que, sin duda, ha contribuido la subida de los mostos, en cuyos guarismos se mostraba una clara tendencia alcista por encima de la que mostraban los de las uvas. Aunque, en estos momentos, la fluida operatividad que existía en las primeras semanas de campaña se haya visto fuertemente reducida, limitándose a contadas operaciones, muy seleccionadas, dejando a un lado aquellas de cierto volumen que permitieron fijar el rango de precios al inicio de campaña y creando ahora cierta preocupación ante la incertidumbre de lo que pasará en los meses próximos cuando la normalidad vuelva a los niveles prepandémicos, el canal Horeca retome su actividad y los mercados exteriores den una muestra clara de sus necesidades.