A pesar de que el Gobierno, en su Consejo de Ministros del pasado día 20 de abril, aprobara la flexibilización de las ayudas provenientes del PASVE, que ya en su día autorizó la UE, destinadas a reconversión y reestructuración, promoción en terceros países o inversiones; así como modificar la normativa para la aplicación de la cosecha en verde, el tema que más ocupa y preocupa al sector es el de conocer si contará o no con fondos adicionales con los que aplicar las medidas extraordinarias necesarias para retirar del mercado la cantidad necesaria de producción como para recuperar la operatividad de las cotizaciones y los precios mínimos dignos para un producto que, ya de por sí, cotiza a un nivel que amenaza la mínima rentabilidad necesaria que asegure su supervivencia.
Y eso que, en el mismo Consejo de Ministros se modificaba, también, el Real Decreto de ayudas directas por el Covid de 7.000 M€, permitiendo a las Comunidades Autónomas que sean ellas las que amplíen esos 95 sectores inicialmente recogidos, atendiendo al peso y la importancia que en cada región consideren representan sectores económicos como el vitivinícola.
Sin duda, el hecho de que la climatología se haya comportado de una forma tan mezquina con la viticultura, sometiendo a la viña en muchas regiones españolas a temperaturas de varios grados bajo cero, aunque no tenga comparación con lo sucedido en Francia e Italia, ayudará a esta recuperación, haya o no ayudas extraordinarias. Pero, lamentablemente, es muy posible que, ni unas (heladas), ni otras (medidas extraordinarias), vayan a solucionar un problema ante el que bien haría el sector en entender que es él, y solo él, quien debe buscarle la salida a una de las muchas adversidades que esta situación tan extraña del Covid ha provocado en el mundo y que tan fuertemente ha salpicado al sector vitivinícola. Aunque, ni de lejos, pueda considerarse de los más perjudicados.
Al fin y al cabo, sus repercusiones le vienen sobrevenidas por una pérdida de consumo en la restauración y la hostelería, dos de los grandes subsectores del turismo, verdadero pilar de nuestra economía y al que, un día sí, y al otro también, castigan sin piedad con cierres y limitaciones en su actividad.
Sin quitarle ni un solo ápice de la gran trascendencia que esta situación ha tenido y, muy posiblemente, tendrá para viticultores y bodegueros, igual debiéramos empezar a asumir que no es el único problema al que el sector vitivinícola español se enfrenta. Que otros, de índole comercial como los relacionados con precios, mix de producto en la exportación, valor percibido; u otros relacionados con el consumo interno, mantenimiento del potencial vitícola, papel medioambiental y elemento de fijación de la población… siguen ahí, marcando el paso de los operadores vitivinícolas.
Y, para aquellos que, tentados por el momento que vivimos, quieran aprovechar los tristes datos que arrojan las cifras de consumo interno, con una caída cercana al veinte por ciento, para acusar a la Interprofesional de ineficiencia o errática en sus acciones de gasto por recuperar el consumo; decirles que mejor harían si, en lugar de tirar balones fuera y descargar en los “demás” lo que ellos mismos o no han sabido o podido solucionar, se unieran y plantearan un verdadero plan estratégico en el que se fijaran no solo horizontes de ventas, sino una producción equilibrada y unos precios suficientes para garantizar el papel que en todo este asunto deben jugar los viticultores y de los que nadie parece acordarse, más allá de pretender trasladarles la parte del león de este problema de eliminación de producción.