Como si una extraña maldición nos persiguiera, cada vez que tenemos que mostrarnos más fuertes y unidos, con las ideas más claras y la fuerza que caracteriza históricamente a este sector; más divididos nos encontramos y más peligrosas se antojan las consecuencias que debamos soportar de nuestras propias decisiones en los próximos meses y años.
El mercado ha cambiado y ni vacunas, ni levantamiento de restricciones, van a devolvernos a la situación anterior a la declaración del Covid-19 como pandemia. De nuestra capacidad para aprovechar lo que de bueno haya traído la situación y hacerle frente a lo que de negativo pudiera dejarnos, dependerá que ocupemos el lugar en los mercados internacionales que merecemos, como país tradicionalmente productor, o sigamos teniendo que lamentarnos de la escasa presencia de nuestros vinos, sus bajos precios y la baja rentabilidad que, para viticultores y bodegueros, supone estar siempre con la espada de Damocles sobre sus cabezas de su propia supervivencia.
Hagamos lo que hagamos como colectivo, y pase lo que pase con la economía mundial y los mercados, mañana seguirá habiendo bodegas españolas y viticultores que hagan posible la presencia de nuestros vinos en los mercados internacionales. Que el número y la representatividad de estos sea mayor o menor, dependerá de la capacidad que, como sector, tengamos para abordar nuestro futuro de manera colectiva.
Suponer, o creer aún, que los políticos están para hacernos las cosas más fáciles, o deberían estarlo, poniendo a nuestra disposición las herramientas necesarias que permitan disponer del escenario indicado para poder desarrollar lo que desde el sector se haya diseñado, es una lección que ya deberíamos haber aprendido.
Pretender que el sector no disponga de medidas con las que sobreponerse a una caída del consumo como nunca antes vista, reflejada en un PIB que en 2020 cerró con cifras nunca antes conocidas en nuestro país desde la Guerra Civil, es una insensatez. Sin duda, hay que buscar soluciones a los problemas más acuciantes que se le presentan al sector: bajos precios y gran volumen de existencias. Pero pensar que con estas solucionaremos el problema y que volveremos a ser el primer país exportador del mundo y nuestros precios se recuperarán y saldremos fortalecidos es, sencillamente, no querer afrontar los hechos y ser unos ingenuos.
Necesitamos más que nunca ordenar nuestras ideas, saber lo que queremos para nuestro sector, tanto en el mercado nacional como internacional. Y, para ello es fundamental concretarlo en un Plan Estratégico (o llámenlo como quieran) en el que se concrete qué vamos a vender de cada producto, a quién, a qué precio y en cuánto tiempo. Así como el establecimiento de cuál es la participación que cada uno de los integrantes de esa cadena de valor representa en la formación del precio. Y, claro que serán necesarias destilaciones, podas en verde, inmovilizaciones, reestructuraciones, inversiones y apoyo a los mercados, pero con un horizonte preciso y nítidamente definido que va mucho más allá de una campaña.
Con toda esta situación, hemos tenido la oportunidad de comprobar de primera mano que, a diferencia de nuestros competidores, los fondos con los que contamos solo son los del propio sector y los provenientes del PASVE, los que se verán cada vez más comprometidos por el resto de políticas de la UE.
El tiempo se nos acaba y parece que no queremos darnos cuenta y preferimos pelear entre nosotros, en lugar de hacerlo por un sector más fuerte y con futuro.
Con denominaciones de origen que no cumplen se deber de garantizar vinos con personalidad propia como es el caso de la del Cava, que arropa imitaciones de Champagne, los vinos españoles no tienen prestigio y se tienen que exportar a bajo precio.