Al contrario de lo que sería lógico pensar, los últimos coletazos de las vendimias están provocando más dudas y desconcierto, que certeza y seguridad, en un sector que, con la mirada puesta en el Covid-19 y sus posibles repercusiones sobre el mercado, contempla cómo se está haciendo bueno aquel dicho que advertía de que, cuando se habla de estimaciones al alza, las cosechas terminan por ser más voluminosas de lo previsto.
Hasta la fecha, lo cierto es que no podemos decir que las cantidades que nos llegan de las diferentes comarcas vitivinícolas españolas difieran cuantitativamente mucho de las cifras que manejábamos hace una semana. Si bien es de destacar la sensación, cada vez más extendida, de que el volumen pudiera acabar resultando muy superior al inicialmente previsto.
Si con los números en la mano, los cuarenta y dos millones de hectolitros podrían ser un volumen muy indicado para centrar la estimación de producción. La sensación que nos transmiten algunos operadores es que cuarenta y cinco millones podrían no quedar lejos de la realidad de la cosecha cuando se conozcan las declaraciones de producción.
Es cierto que solo Cataluña y Andalucía presentan datos claramente inferiores a los del año pasado. Tanto como que Castilla y León, Navarra o Aragón estarán con total seguridad por encima de la producción de 2019. El problema está en que en ese grupo de cabeza también se encuentra la comunidad que concentra más de la mitad de toda la producción española, Castilla-La Mancha y el hecho de que su variación sea cinco puntos arriba o abajo representa millón y medio de hectolitros. Si a eso le añadimos lo que está sucediendo en la Comunidad Valenciana (tercer productor tras Extremadura), donde las uvas que están entrando en los lagares están siendo muy superiores a las estimadas en un primer momento, podríamos tener una explicación a ese baile tan importante de cifras al que nos enfrentamos.
Y aunque, a juzgar por los graves problemas que nos acechan con el tema de la pandemia y los efectos que los confinamientos y limitación de la actividad de bares y restaurantes, que ocupan el primer puesto entre nuestros dolores de cabeza, dejando en un muy segundo plano el volumen de la cosecha; su importancia no es menor, como así lo han reflejado las tensiones generadas por los bajos precios de la uva. Desde los mismos problemas para almacenar lo que quedaba de la pasada campaña y darle cabida a la nueva. Hasta las alternativas que podrían quedarnos ante la posibilidad de que el consumo tarde más de lo esperado en recuperar una actividad adecuada, que nunca será suficiente para digerir lo que el mercado exterior previsiblemente tarde más en normalizar. Todo ello le confiere a este baile de números una importancia que va mucho más allá de cifras absolutas.