Hasta el momento, se decía que el granizo “hacía pobre al que le caía y rico al vecino”. Y aunque argumento sólido para cuestionar este dicho no tenemos, la generalización de lluvias torrenciales y piedra en la geografía española animan la proliferación de informaciones que constatan serios daños en el viñedo, avalando a los que vaticinan un descenso de cierta consideración en la próxima vendimia a nivel nacional.
La menor muestra de fruto que presentan algunas comarcas, tampoco es que ayude mucho a mantener las estimaciones de una cosecha similar al año pasado, dándose por prácticamente segura la reducción de producción.
Para algunos la cuestión está en concretar esa merma y poder estimar las consecuencias que sobre las cotizaciones de los vinos tendrá en los próximos meses. Pues, ante el importante descenso sufrido en estos meses, no faltan quienes ven en la especulación una excelente oportunidad de hacerse con una suculenta ganancia.
El problema está en que según los últimos datos publicados por el Infovi y referidos al cierre del mes de mayo, las existencias eran de 41,8 Mhl de vino frente a los 33,9 de la campaña anterior, o lo que es lo mismo 7,9 millones de hectolitros más (+23,3%).
Volumen que el mercado interior no parece que vaya a ser capaz de absorber, ya que los datos conocidos del consumo en hogares arrojan un descenso para el 2018 del 2,79% y nuestras exportaciones de vino a mes de abril tampoco es que estén como para echar cohetes, teniendo en cuenta que han descendido en periodo interanual un 9,7%.
Llegados a este punto, plantearse que el mercado pueda presentar un problema de abastecimiento en los próximos meses, por escasa que pudiera resultar la cosecha, no parece muy probable y, en consecuencia, tampoco que las cotizaciones puedan recuperar lo perdido en esta campaña.
No obstante, es verdad que una buena parte de lo que pueda suceder con los precios en las próximas semanas dependerá en buena medida de lo que acontezca en Francia o Italia, principales países productores y compradores. Lugares en los que las estimaciones de producción también parecen apuntar hacia un descenso con respecto al año pasado.
Si menos producción en Francia, Italia y España será suficiente como para que el mercado exterior se anime y los precios aumenten, lo dejo para cada uno y su espíritu comercial. A mí, me preocuparía más el saber si el sector será capaz de ponerse de acuerdo y alcanzar un procedimiento por el que autorregular su producción y equilibrar los precios.
Aspirar a que con un consumo de diez millones (aproximadamente) de hectolitros y una producción estimada en cincuenta el hecho de que una cosecha sea un poco mejor o peor que la anterior nos vaya a solucionar el problema es una verdadera estupidez. Casi tanta como no pretender que con las campañas llevadas a cabo para la recuperación del consumo en España solucionemos algo más que aumentar la frecuencia de consumo o la incorporación de nuevos consumidores. Cuestiones cuantitativas mucho menos importantes que aquellas cualitativas que nos deberían llevar a encontrar un mecanismo con el que romper la barrera de entrada a la categoría, incidiendo sobre la formación e información que resulta básica para contar con la cultura vitivinícola mínima requerida por un país consumidor.
Asumir que el vino es mucho más que una simple bebida con la que acompañar una comida o celebración nos lleva de lleno a la obligación de admitir la necesidad de crear nuevos mensajes con los que despojar de prejuicios a los consumidores. Pero también nos obliga a asumir que la política del precio más bajo se volverá contra nosotros en algún momento.