Puesto que sabemos que no es, ni tan siquiera, imaginable que, a corto plazo, el grado de fiabilidad de las estimaciones de cosecha que se publican en nuestro país mejore sustancialmente y que en ellas siempre existirá un factor subjetivo importante; lo mejor seguirá siendo hacerse eco del máximo número posible de ellas y recomendar encarecidamente, una y otra vez, tomarlas con la máxima prudencia y no olvidar que se tratan de vaticinios basados en un entorno volátil, incierto, complejo y ambiguo.
Aun con ello, convendría no olvidar que sea cual sea el volumen que estimemos, tenemos una importante situación de desequilibrio entre lo que producimos y lo que utilizamos y que en la puesta en marcha de medidas que tiendan a buscar el acercamiento entre ambas cantidades se encuentra una buena parte de cuál será el futuro de nuestro sector.
Muy posiblemente, dentro de unos años nuestro mix de producto en la exportación haya cambiado y nuestro consumo interno aumentado. Pero, ni tan siquiera esa alentadora esperanza impide que sea necesario dotarnos de medidas que nos permitan disfrutar de una gráfica de precios lineal con una ligera tasa de crecimiento, que nos acerque a cotizaciones que hagan rentable el cultivo del viñedo e interesante la inversión en bodegas.
No podemos pedirle a los viticultores que renuncien a las posibilidades de mejorar la rentabilidad de sus cultivos, cuando se les ofrecen ayudas para hacerlo, como son los planes de restructuración y reconversión del viñedo y cuando los precios a los que se les están pagando las uvas exigen quintuplicar la producción histórica para alcanzar el punto de equilibrio en muchas zonas de España. Pero tampoco a las bodegas por trabajar en mantener esos precios unitarios tan bajos cuando no consiguen mejorar el posicionamiento de sus vinos en los mercados internacionales o aumentar el consumo en el interior.
Pero en este constante desacuerdo, en el que se vayan alternando las posiciones de dominio y nuestro desarrollo consista en el sometimiento de los otros no está la solución.
Primero, porque las posibilidades de seguir aumentando nuestras exportaciones son muy limitadas, Segundo, porque por más que consigamos atraer a nuevos consumidores (y que los actuales aumenten su dosis), el crecimiento que pudiera representar será claramente insuficiente para alcanzar ese punto de equilibrio. Y tercero, porque agronómicamente nos encontramos en un país árido, donde el agua es un bien escaso y preciado del que no podemos abusar como requieren esos altos rendimientos.
Luego parece que una ordenación de la producción sea la opción más viable para alcanzar un crecimiento sostenido y equitativo.
¿Qué? (What?) Medidas de regulación de la producción
¿Dónde? (Where?) En todo nuestro país.
¿Quién? (Who?) Está bien claro. Todos, sin personalismos.
¿Cuándo? (When?) Ya. El tiempo juega en nuestra contra.
¿Por qué? (Why?) Por ajustarnos a las necesidades de cada momento.
¿Cómo? (How?) Con medidas precisas y aplicables.
¿Cuánto? (How much?) La necesidad requerida en cada momento.
Que queremos entenderlo y somos capaces de ponernos de acuerdo; perfecto. Que no; pues no pasa nada, nos dejaremos en el camino a un buen número de parcelas abandonadas, de bodegas que cierren sus puertas e importantes extensiones de terreno desérticas. Eso sí, con unas altas dosis de cinismo que nos permitan eludir nuestras propias responsabilidades y trasladar a los “otros” su falta de visión y capacidad para afrontar el problema.
Pero que nadie se engañe, el sector seguirá existiendo y mejorando su rentabilidad y posicionamiento internacional.
Esa es una verdad que podemos aseverar.