Las cifras dadas a conocer por el Observatorio Español del Mercado del Vino (OEMV) referidas a las exportaciones del mes de septiembre podríamos decir que, no habiendo sorprendido a nadie, sí han provocado cierta preocupación en un sector que tiene en el mercado exterior nada menos que dos tercios de su comercialización. Pues si esperado era que los datos no fueran buenos, dado el cariz que estaban tomando los acontecimientos en nuestras bodegas y las abundantes noticias que iban siendo publicadas sobre las abultadas recuperaciones en las cosechas de los principales países productores del mundo; pocos se atrevían a aventurar hasta dónde podía llegar el descalabro.
Perder un 41,8% del volumen de vino a granel y un 17,4% en el envasado en el mes de septiembre con respecto al mismo mes del año anterior es una cifra preocupante que no puede ser adornada de manera alguna. El hecho de que en los datos acumulados anuales esas cifras se rebajen hasta el 17,1% y 13,7% respectivamente no es más que consecuencia de la buena evolución que había tenido nuestro mercado exterior en los primeros meses de este año. Como que en el dato interanual hayamos perdido un 7,0% en los vinos con D.O.P., un 13,0 en los I.G.P. y un 17,1% en aquellos que no disfrutan ni de indicación de origen, ni I.G.P., ni mención de variedad; siendo precisamente estos últimos, los vinos con indicación varietal los únicos que sostienen tasas de crecimiento positivas (8,5%), junto con los mostos que crecen un 6,9%.
Si, por el contrario, nos centramos en los datos de valor de nuestras exportaciones, aunque en la comparación mensual presentamos tasas negativas: 9,3% en los envasados y 17,0% en los graneles, tanto en las cifras acumuladas del año, como en las interanuales las cifras siguen siendo positivas (excepción hecha del vino tranquilo envasado en cifras acumuladas).
Somos conscientes, todos, desde los que elaboran vinos para ser vendidos en grandes volúmenes con escaso valor añadido, hasta los que lo hacen envasado y con altos precios, que nos enfrentamos a una campaña muy complicada. Tanto en el mercado interior, donde la competencia está resultando brutal y provocando ciertas tensiones en los precios con ofertas que tiran a la baja con fuerza; hasta en el exterior en el que las necesidades de abastecimiento se han reducido considerablemente con respecto a años anteriores, especialmente el pasado, y cuya reducción en los precios no siempre resulta suficiente atractiva como para que nos adquieran partidas de un producto del que disponen en origen.
¿Hasta dónde puede llegar la rebaja en los precios? ¿Caer el volumen de nuestras exportaciones? ¿Generar tensiones en los mercados internos de nuestros principales países importadores cuyos vinos nacionales cotizan con importantes diferenciales sobre los nuestros? Son grandes cuestiones que todos los operadores se hacen y que ninguno se atreve a responder.
Sabemos que la solución no está en bajar nuestros precios, que generar valor es fundamental para el sostenimiento de nuestro sector productor. Que existen ciertas líneas rojas que marcan los propios costes de producción que no es posible traspasar. Incluso que la propia estructura productiva que tenemos en nuestro país con una alta concentración en manos de las cooperativas debería ser aprovechada para sostener el mercado. O que existen medidas de intervención que podrían ayudarnos a llevar mejor esta situación y evitar un desplome que vuelva a generar profundos dientes de sierra que resultan difícilmente asumibles por los mercados, especialmente los exteriores.
¿Seremos capaces de hacerlo? La experiencia nos dice que no. Que más tarde o más temprano acaba reventando el mercado y saltando por los aires cualquier estrategia comercial que se haya planteado. Pero quién sabe, igual en esta ocasión es la vencida.