Las estimaciones siempre resultan peligrosas, especialmente aquellas que se realizan desde un medio de comunicación al que se le presupone imparcialidad, olvidándose que son eso: estimaciones. No obstante, y siguiendo nuestra costumbre, las venimos publicando desde la primera semana de septiembre, actualizándolas al menos dos veces por semana y nos confirmamos en que nos enfrentamos a una vendimia abultada, muy abultada, y cuyas consecuencias en el mercado están pendientes de conocerse hasta dónde pueden llegar.
Enfrentarse a una producción por encima de los cuarenta y ocho millones de hectolitros es, en sí mismo, una complicación en nuestras aspiraciones de aumentar el valor de nuestros productos. Hacerlo en un panorama de recuperación general de las cosechas en aquellos países a los que tradicionalmente les vendemos, un hecho que, del mismo modo que cuando el año pasado se argumentaba como un hecho incuestionable que haría subir las cotizaciones de nuestros vinos; está siendo utilizado en esta campaña para tirar de los precios hacia abajo, sin piedad, desconociéndose dónde puede estar su suelo.
Al principio de esta campaña, 1 de agosto, las organizaciones agrarias esgrimían la reducción de existencias como hecho incuestionable que debía permitir mantener las cotizaciones de las uvas en los niveles del año anterior. Los acontecimientos han demostrado que una recuperación del veinte por ciento (cantidad que se estimaba por aquel entonces de recuperación de la producción) lo hacía imposible. Y aunque las diferencias son considerables y hablar en términos tan generales de un país siempre resulta complicado, podríamos decir que en esta campaña hemos avanzado un poco más en esa revalorización de nuestra materia prima. Pues aunque es mucho el camino que nos resta por recorrer, especialmente aquel relacionado con la propia concepción de que sin valorizar el origen de un producto es imposible valorizar el producto en sí. Vender la uva a precios un 20% inferiores a los del año pasado y obtener un treinta y cinco por ciento más de producción, incluso un cuarenta por ciento que es el caso en el que puede acabar encontrándose en zonas de Castilla-La Mancha; es positivo.
Pero con todo y con ello, no es lo que más destacaría de esta vendimia, y sí la concienciación existente entre todos los operadores: viticultores, bodegueros y comerciantes sobre la necesidad de segmentar muy claramente los productos por calidad y asumir todo lo que de control supone esto.
Las condiciones meteorológicas bajo las que transcurrieron los meses de agosto y septiembre han provocado que en algunas zonas de España los brotes de podredumbre llegarán a suponer un “problema”, acentuando más si cabe las penalizaciones impuestas por las bodegas en sus cotizaciones en base al glucónico que presentaban las uvas. Pero gracias a esa profesionalización de sus técnicos y bodegueros, ante lo que en otra época hubiese sido un grave problema, en esta ocasión han hecho de la necesidad virtud, y han seleccionado y diferenciado con gran pulcritud unas partidas de otras, y han conseguido una muy buena calidad en los mostos con un grado inferior a los de los últimos años.
En definitiva, una campaña marcada por una abultada producción, precios en descenso y una notable necesidad de exportación.