Las organizaciones agrarias y empresariales analizan la campaña, estudian sus producciones y valoran sus calidades. Llegando a la conclusión de que este año se debe producir una revalorización de los precios. Como si la ley de la oferta y la demanda, o el principio máximo que debe presidir cualquier entidad mercantil de maximizar el beneficio, no tuvieran nada que ver en esta batalla de precios en la que se ha convertido, desde el primer momento, la campaña vitivinícola 2017/18.
Disponer a nivel mundial de una cosecha, corta, muy corta; como consecuencias de inclemencias climáticas (cuyas consecuencias sobre la producción van más allá de la campaña en la que acaecen) es algo que preocupa mucho a quienes saben de lo que hablan. Sin duda, mucho que a aquellos que apenas ven más allá de la inmediatez y la oportunidad de sacarse de encima su producción a un precio que dobla aquel con el que se inició la campaña pasada.
Pasar de hablar de potenciales de producción por encima claramente de los cuarenta y ocho millones de hectolitros, para el caso de España, a hacerlo de una cosecha que apenas alcance los treinta y seis, según nuestras estimaciones (porque hay organizaciones que en sus círculos privados barajan cantidades de hasta dos millones menos); es un cambio muy importante. Como tomarse a la ligera si las circunstancias que nos han traído hasta aquí lo han hecho de forma circunstancial o es algo que cada vez se repetirá con mayor frecuencia.
Y aunque la lógica nos debería llevar a pensar en que en el término medio está la virtud, es decir, que reduciremos el potencial de producción pero produciremos mucho más de lo que hemos obtenido esta campaña; la posibilidad de que la planta se vea afectada en su fisiología es una amenaza muy seria como para pasar por ella ligeramente.
La cuestión está en discernir a quién corresponde analizar la situación e intentar arrojar luz sobre el asunto.
La producción vitícola siempre será circunstancial y la principal de esas circunstancias, que no es otra que la cambiante meteorología, no está en nuestras manos. Dicho esto, que explica la dificultad de la cuestión, en las tres ultimas campañas la bonanza productiva nos hizo pensar que íbamos sobrados, y que las nuevas y muy criticadas plantaciones llegadas con los planes de reestructuración, aun viniendo un año malo, serían capaces de mantener una media muy alta, incluso excesiva. Error. Porque, si no me equivoco, da la impresión de que, a pesar de venir de tres campañas bastante buenas, muchas bodegas están necesitadas de uva. Vamos, que no hay grandes excedentes….
El sector vitivinícola español deberá seguir debatiendo donde está el equilibrio razonable entre la capacidad productiva y la capacidad de ventas para que todos los implicados ganen bien. Pero algo está claro, en los últimos 15 años España ha perdido unas 200.000 hectáreas de potencial vitícola, que se dice pronto. Es verdad que en algunas regiones no las echan de menos, pero también que en otras los viticultores se sienten maniatados por las limitaciones de plantación, ya que las ventas de vino tiran con fuerza y al mercado no se le podrá engañar fácilmente con una fuerte subida de precios.
Es inevitable, el sector siempre permanecerá en ese continuo estado de búsqueda del equilibrio, pero para recuperar esas 200.000 hectáreas que dicen que se han perdido harán falta, según las normas europeas, como mínimo 20 años.
Sería una pena que todo ese trabajo de modernización, mejora de la calidad de los vinos y marketing no tuviera suficiente sustento en forma de kilos de uva. Un asunto que, seguro, entre todos se abordará.