Lo que podríamos describir como un año complicado, con una gran ausencia de agua en el periodo estival y unas temperaturas que hicieron sufrir a la planta mucho más allá de los límites deseables, se ha tornado esperanza y felicidad con la llegada de un otoño que aún con temperaturas por encima de lo “normal” está permitiendo absorber a la planta toda el agua que le llega y sostener un desarrollo mucho más allá de las fechas habituales.
Hablar de diez o quince días de retraso es algo que prácticamente puede darse como un hecho generalizado en esta vendimia, y es que, si bien esto llevaba parejo un cierto grado de riesgo, los efectos que día a día podían comprobarse en el fruto con una maduración lenta pero constante y un estado sanitario del fruto perfecto, han obligado a las bodegas a ir muy despacio.
Este es un año en el que no hay que tener prisa. La paciencia está teniendo su recompensa y los técnicos de campo y de bodega coinciden en que vale la pena correr cualquier pequeño riesgo que pudiera acarrear ir despacio. Tenemos la oportunidad de obtener una cosecha histórica y hay que ser pacientes.
Hasta desde un punto de vista estrictamente económico está valiendo la pena la espera. El paso de los días se está traduciendo en una mejora de unos rendimientos que preocupaban ante el escaso desarrollo del fruto.
Saber si estaremos hablando de treinta y nueve millones de hectolitros o cuarenta y uno es algo que ahora mismo no está al alcance de nadie saberlo. Y aunque todo parece indicar que los cuarenta (millón arriba, millón abajo) de hectolitros puede ser una buena referencia, habrá que esperar todavía quince días para poder formarse una idea más exacta.