Mirar hacia el futuro con optimismo e ilusión es, sin ninguna duda, lo mejor que nos podría pasar. Ya que, si bien en la actual situación son muchos los problemas a los que nos enfrentamos y muchos los flecos que nos quedan por reformar para dejar una situación saneada y generadora de empleo y riqueza; no todo es malo y devolver la alegría al ciudadano y sus empresas se antoja como una de las primeras tareas que este o cualquier otro Gobierno deberá plantearse entre sus principales objetivos.
Está bien que la industria turística o el mercado exterior nos esté dando agradables noticias y sacando adelante a nuestras empresas, pero no es suficiente. Hay que recuperar el consumo interno.
Desde el sector vitivinícola sabemos bien de lo que hablamos. Es quizás uno de los pocos en los que de una manera más patente se ponen de manifiesto todas estas circunstancias: un consumo interno en declive hasta cifras inimaginables, un mercado exterior que está siendo capaz de crecer a un ritmo vertiginoso y absorbiendo toda esa producción que no es consumida en el mercado interior y un sector turístico que encuentra en nuestro sol y playa suficientes atractivos, pero que mejora aumentando la calidad y el gasto medio gracias al patrimonio enológico y gastronómico.
No obstante, parece necesario mantener los pies en el suelo, ser conscientes de cuánto de este éxito nos ha llegado sobrevenido por las circunstancias exógenas a nosotros y qué de estabilidad y desarrollo en el futuro tienen estas políticas.
Sabemos, porque lo hemos analizado en multitud de ocasiones, que los precios están en máximos históricos gracias a un cosecha mundial corta. O que nuestras exportaciones, en algunos países, se han visto seriamente perjudicadas como consecuencia de ese incremento en los precios. Pero parece que ignoramos, o no queremos saber, que no estamos haciendo nada por solucionarlo, que nos conformamos con dejar que el carro suene y encima nos felicitamos por lo bien que lo estamos haciendo escudándonos en los niveles de existencias y cotizaciones.
O lo que todavía es peor, aquellos que deberían analizar la situación con algo más de humildad porque ni tan siquiera son cargos políticos electos, como son los comisarios europeos (en el caso del responsable de Agricultura, Dacian Ciolos), se permiten valorar los tres primeros años de la puesta en marcha de la OCM vitivinícola como un rotundo éxito, sin la más mínima reflexión sobre el coste que ha supuesto para las arcas comunitarias cada uno de esos puntos de mejora en la exportación, reducción de la superficie o equilibrio de la producción.
Optimismo sí, pero con moderación. No podemos dejarnos llevar por el sol que nos deslumbra y perder de vista algunas de las razones que nos han llevado hasta situación.